MARGARITA
¡Ay Margarita! ¡Estoy tan cansada! Solo tengo ganas de tirarme sobre la cama, abrazarte y dormir como cuando éramos chiquitas.
¿Te acordás? Siempre fuimos tan cercanas. Tal vez porque yo soñaba con tener hermanos. Creo que por eso te adopté como si lo fueras.
Pensar que Héctor no te quería en esta casa. Decía todo el tiempo que una mujer adulta no debía tener amistad contigo, pero eso es cosa mía. Además, ¡que se mete! Si más infantil que él no hay.
Seguro que no lo olvidas Margarita. Él amenazó con que te iba a quemar. No sé si podrás recordar algo, tengo la esperanza de que sea así.
Todo lo que hace Héctor me estresa, vos lo sabes bien, él me enferma. Creo que a todas en algún momento nos pasa. A ti no, ya lo sé. No te vas a casar nunca. Ya quisiera ser como tú, una muñeca de trapo, preciosa, con sus trenzas rubias recién hechas.
Pero las que pasamos por esto, en ocasiones pensamos que si retrocediéramos el tiempo borraríamos el día en que se nos ocurrió decir “sí”, en especial esas veces que salen con cualquier tontería. Cosas que hasta se burlan de nuestra inteligencia, una total falta de respeto. Esas oportunidades en que hay un nudo en la garganta y dan ganas de salir gritando, llorando, y desaparecer.
¡Qué suerte que vas a ser siempre soltera, Margarita! Igual pienso que a los hombres les pasa lo mismo. No es que las mujeres seamos unas santas. Ayer llegué a mi punto límite en la fiesta de cumpleaños de su primita Romina. No estuvo mal la fiesta, pero Héctor, como siempre, arruinó todo. Como sabes, él fue bastante egocéntrico desde que lo conocimos, pero con los años empeoró. Ahora se le ha dado por contar anécdotas de juventud. Lo conozco hace veintinueve años y sé bien que son puros inventos.
No es como dice el dicho: “la gota rebasó el vaso” ¡No Margarita! No es eso. ¡Es que él llena a chorros el vaso! En la fiesta de su primita, la tal Romina, se puso a compararme con otras mujeres. El desgraciado decía: “la tía Nancy tiene tu edad y ni una arruga. ¿Y la prima Marta?, que si tuvo hijos, no como vos, y mira el cuerpazo que tiene”.
Cree que es chistoso, que debería festejarle las humillaciones. Yo en realidad le diría: “Tu hermano tiene dos años menos que vos, y parece tu hijo”. Pero no, no me rebajo a su nivel.
Te haré un vestido nuevo Margarita, este lo llevas desde hace como quince años ya. Estamos igual, necesitamos un cambio. Yo, por mi parte, la verdad no pido cambiar de marido, con liberarme de Héctor me quedo tranquila. Imagínate si voy a caer en eso otra vez. Vos sabes que me pasó porque tenía poca edad, nada de experiencia y mucha rebeldía. ¡Bien dijo mi madre! Pero nunca la escuché.
Las madres son bien sabias Margarita, pero yo pensaba que casarme con un médico me arreglaba la vida. Y no puedo mentir, económicamente no podemos quejarnos. ¿No te parece? Pero hubiera sido mejor poner una tienda de… No sé, caramelos, por ejemplo, antes que aguantar tanta estupidez.
Como siempre, él cree que soy una boba, que no sé nada. Además de todo me llevó a la fiesta de su primita Romina con la que se viene acostando hace años, los mismos que duerme en cuanto toca la cama. ¡Mejor para mí, Margarita! No quiero ni que se le ocurra tocarme. ¡Qué asco! Después de meterse con esa flaca chueca. ¿Le viste el lunar peludo sobre el labio? Y no olvides el permanente aliento a cerveza.
Perdóname Margarita, te dejo acá, tirada en la cama. Prometo que el vestido nuevo te lo haré pronto. Ahora necesito hacer algo realmente importante. Vuelvo en un ratito.
¡Héctor, me quiero divorciar!
EL CAIMAN NEGRO
Después de hablarlo durante meses Pablo y yo decidimos que la luna de miel sería en Brasil.
La discusión siguió por algunas semanas más cuando nos encontrábamos frente a la pregunta ¿A qué parte de Brasil vamos a ir? Y la respuesta se decidió por medio de un sorteo.
Faltaban cinco días para la boda, tomamos algunas hojas en blanco, escribimos diferentes nombres de los lugares que más nos atraían como, por ejemplo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Sao Paulo y muchos más.
Yo puse los papeles en un bollón de vidrio transparente, y los mezclé con la mano. Puse el bollón sobre la mesa, me paré detrás de Pablo le tapé los ojos luego de que él ubicara su mano dentro del recipiente, y le dije que sacara un papel, lo hizo, le destapé los ojos y le dije que leyera, él dijo Amazonia.
Después de la fiesta subimos al avión sin imaginar que ese no era el principio de nuestra relación, como veníamos diciéndonos desde que decidimos casarnos, sino que era el principio del fin de una etapa de mi vida
Los primeros dos días fueron hermosos, por lo menos para mí, la naturaleza me tenía totalmente fascinada. Pablo se quejaba del calor, de los mosquitos, de que necesitaba la ciudad, sin embargo, yo me sentía parte del verdor de una naturaleza llena de magia.
Al tercer día lo vi.
La noche era húmeda y cálida. Pablo dormía profundamente me serví un jugo de mango, y caminé descalza hacia la ventana mientras lo bebía. La luna estaba llena e iluminaba el rio cercano a nuestra cabaña, me sobresalté al verlo salir del agua, casi grité apretando el vaso contra mi pecho y mojando un poco mi ropa, pero ese grito se ahogó con el pensamiento de que no deseaba despertar a Pablo para escucharlo quejarse y pedir volver al ruidoso y aburrido mundo citadino.
Era oscuro, largo, sus ojos de un verde intenso que yo creía, me miraban, me llenaban de nerviosismo y curiosidad ¿Por qué querría esa bestia hermosa dejar el agua?
Silenciosa seguí observándolo, con cuidado dejé el vaso sobre una mesita sin despegar los ojos del animal, hasta que comenzó a intentar levantarse, como si quisiera ponerse en dos patas dándose impulso con las manos, y comenzó a cambiar su gruesa piel por una más tersa, redujo su tamaño, y gritó, gritó de un modo que hizo que me temblaran, las manos, las piernas y se acelerara mi corazón, dejó de verse como una bestia increíble para convertirse frente a mis ojos en un hombre que se desplomó a orillas del rio.
Mi primer impulso fue salir a ayudarlo, pero luego me llené de temor.
Mis manos seguían temblando, mi respiración se entrecortaba, de todos modos, controlaba mis sonidos para evitar que Pablo interrumpiera aquel increíble espectáculo.
El hombre caimán se paró, desnudo, mojado mirando a los lados como investigando, se recogió su largo cabello con las manos y caminó lentamente alejándose de mí.
A la mañana siguiente mi marido deseaba hablarme de muchas cosas, pero principalmente de acortar la luna de miel, yo lo oía, mas no lo escuchaba, estaba pensando en el caimán.
Pablo me dijo que iría a hacer unas compras, no lo quise acompañar, él no insistió demasiado, y cuando se fue corrí hacia la orilla del rio, seguí las huellas humanas que me llevaron a una cabaña precaria y solitaria.
Me acerqué y cuando vi al joven de cabello largo salir preguntando en portugués que, hacia allí, quise correr para regresar sobre mis pasos, pero me resbalé y caí, al intentar levantarme sentí que tomaban mi brazo para ayudarme. Volteé la mirada, y vi sus ojos que eran tan verdes e intensos como antes de volverse humano.
Le expliqué que era extranjera hablando en mi terrible portugués, me dijo que si necesitaba algún tipo de ayuda, y le dije que lo único que no quería era volver, y que conocía su secreto. Me entendió inmediatamente y me pidió que no hablara con nadie de su condición y no regresara jamás.
Corrí a mi cabaña, tomé mis cosas mientras mi corazón palpitaba temeroso de que el tiempo no fuera suficiente. No escribí una carta, no dejé nada, solo me fui a la precaria cabaña del hombre caimán y le dije que quería aprender todo sobre su mundo.
Al principio se negó, pero luego de un largo rato de súplicas me explicó que cada luna llena él dejaba de ser Thiago para ser el caimán negro. Recordaba cada instante de lo que vivía usando ese cuerpo, y me contó que no era el único en la zona.
Nadie puede con nosotros, nos alimentamos hasta de las pirañas, me dijo entre risas, me aclaró que los de su especie eran la razón de que solo hubiera en esa zona del mundo caimanes negros.
Me aclaró que desconocía la razón de ello, pero estaba casi seguro de que todos habían nacido en la Amazonia del lado brasileño.
Yo supe que el sorteo no había sido un simple juego con mi esposo, sino que había sido mi destino.
Supongo que Pablo me buscó, quien sabe lo que le dijo a mi familia, y a la suya. Me da igual, yo estoy a donde pertenezco y cada luna llena observo con detalle como mi hombre deja de ser Thiago para ser el majestuoso caimán negro.
Tan rapido
Desde que llegué a la ciudad me di cuenta de que la mayor diferencia entre mi vida en el campo y esta nueva experiencia es el tiempo.
Los días en el campo, a pesar de estar muy ocupado, eran más lentos, más largos y parecía que todo era espacioso y libre, aquí sin embargo los espacios son pequeños, casi sofocantes y todo va tan rápido.
Todos nos conocíamos, nos saludábamos, éramos como una gran familia, aquí nadie sabe nada de nadie, tengo muchos vecinos en el edificio en el cual vivo, pero no tengo idea de cómo se llaman, como viven, que necesitan, en el campo estaban más lejos, pero se sentían muchísimo más cercanos.
Después de la enfermad y posterior muerte de mi padre nos quedaron tantas deudas que mamá decidió que lo mejor era venderlo todo, ella se fue a vivir con su hermana y yo vine a probar suerte por acá, conseguí un trabajo en la construcción y seguí para adelante perdiendo mi norte, ya que creía que iba a morir de viejo en el campo donde nací.
Todo pasa tan rápido.
La tarde que me di cuenta cómo eran los sentimientos del mundo urbano, era viernes, yo venía de trabajar, cansado, con la mirada perdida en una pequeña ventana por la cual los edificios iban desapareciendo, mi mente volaba por plantaciones de papa, cebada y maíz que solo Vivian allí, en los recuerdos más profundos de mi ser.
Sentí una especie de energía que me obligaba a voltear la mirada, lo hice y la vi, me miraba muy fijamente, con ambas manos se tomaba del tubo ese que tienen los transportes colectivos para que podamos ir parados y cobrar por un mayor número de pasajeros.
Jugaba con una goma de mascar dentro de su boca, al ver que había llamado mi atención sonrió, lo cual como si fuera un reflejo me hizo hacer lo mismo.
A medida que las personas fueron bajando ella se fue acercando y se paró frente a mí, yo junto a aquella ventanita iba también de pie
-Hola
-Hola señorita-respondí cortante
Ella tambaleando se acomodó frente a mí, bajo la cabeza y subió la mirada, cuando el coche hizo una frenada ella exageró un poco y se dio casi contra mi cuerpo, se rio y volvió a mirarme. Yo subí mis cejas algo confundido, nunca había vivido una situación similar.
No paró de mirarme, sonreírme y hacer movimientos coquetos en todo el viaje, yo le respondía dentro de lo que mi inexperta inseguridad me permitía.
En un momento el coche tuvo que meterse dentro de un túnel poco iluminado, cosa que yo había visto varias veces, ella se aproximó un poco más y por un momento tuve miedo de que su verdadera intención fuera quitarme la billetera por lo cual puse una de mis manos dentro del bolsillo que la contenía.
Después de eso ella rozó muy a propósito su cuerpo contra el mío se dirigió a la puerta, y bajando siguió mirándome.
Pasaron los días, se hizo viernes, la volví a encontrar en el mismo lugar, se paró frente a mí y ató sus rulos oscuros.
-Hola
-Hola señorita
El mismo juego coqueto se repitió, pero esta vez me sentí menos tenso, y pude corresponderle, cuando estábamos por llegar al túnel volvió a hablarme
-Bajate conmigo
- ¿Yo?
-sí, bajate conmigo, voy a estar sola no tengas miedo.
Si bien recordé las advertencias de la gente de mi pueblo sobre los peligros de los citadinos, me dije a mi mismo que debía intentarlo, pasando el túnel la seguí.
Tiró el chicle escupiéndolo en el suelo, sin buscar donde lanzarlo, y me dijo sonriendo.
-Soy Maru, vivo ahí- señaló un edificio sin parar de caminar
-ah, bueno.
La seguí subimos el ascensor, el lugar donde vivía era casi igual a donde vivía yo, cuando entramos ella me preguntó si quería agua o algo, le dije que no, entonces me besó y prácticamente me empujó sobre un sofá se sentó sobre mí, me bajó el cierre de la ropa de mi uniforme, rápidamente me tocó, subió su falda de jean, no tenía ropa interior y allí mismo sin mediar muchas palabras me metió dentro de ella y no paró hasta que hizo que terminara, se bajó se soltó los rulos, me volvió a ofrecer agua y me volví a negar, me dijo que si yo necesitaba ayuda para irme a casa, también lo negué, se puso a mirar su teléfono celular, nunca me preguntó ni el nombre, entonces me levanté y fui hacia la puerta, no sabía si despedirme o no, pero al ver que me ignoraba, simplemente me fui.
Me sentí algo confundido y me dije varias veces que seguramente estas cosas pasan en la ciudad.
Al llegar el siguiente viernes, la vi subir de nuevo, esta vez no iba sola, había un joven alto a su lado, se pararon frente a mi, ella ignorándome miraba por la ventana mientras el chico le hablaba de la biblioteca, bedelía, fichas y materias universitarias, que yo nunca conocí.
De vez en cuando ella le respondía, otras veces solo se giraba y le besaba apenas los labios. Me pregunté varias veces si en mi pueblo algo así habrá pasado.
Cada viernes durante meses subió, sola o con su pareja, pero siempre ignorándome.
Hoy es martes, estoy llegando a casa, frente a mi se paró una rubia, se rió, le respondí igual, parece que si, son cosas de la ciudad, quizá dentro de unos meses me ignore igual que Maru, quizás no, o todo quede en esas risitas, ya no me preocupa ni la billetera, ni los sentimientos, total aquí todo pasa tan rápido.
Mis sábanas celestes, celestes y lisas
– Señora, ¿tiene turno? Espere un segundo -dijo alzando la voz un poco más con cada palabra la joven que dejaba su escritorio y caminaba rápidamente tras una mujer.
Al llegar donde ella y repetirle la pregunta, esta la ignoró y golpeó varias veces la puerta. Un hombre abrió la puerta con el ceño fruncido y la expresión confundida.
-Diego, soy yo, exclamó la mujer.
-¿Yo?
-Quise detenerla, señor, pero ella no me hace caso. La otra mujer saltó al cuello de Diego, lo besó mientras él le hacía un gesto a la joven para que se retirara, y esta se fue.
-¿Quién es usted? -preguntó Diego cuando ella dejó de besarlo; ella fue hacia el escritorio, él cerró la puerta y la siguió.
-Carla.
-¿Carla? -preguntó Diego tomando asiento frente a ella que ya se hallaba sentada.
-Sí, Carla, llevo cuatro días buscándote amor, vi la publicidad en una revista que tiraron bajo mi puerta y estaba tu foto, tu nombre, todo.
-No la conozco, Carla.
-No tengo idea de lo que sea un metafísico, antes eras psicoanalista.
-Yo siempre me dediqué a esto.
-¿Puedo hablar de lo que me pasa?
-No tiene turno, yo me manejo con turnos.
-Soy Carla.
-Eso me lo dijo varias veces: tengo dos horas libres, casualmente, pero al salir le paga el turno a Laura. Sucede que yo nunca trabajo sin que abonen previamente.
-Lo sé, perdón, pero es un caso especial.
-Todos creen que su caso es especial. Un metafísico es una persona que se dedica al estudio de la metafísica; esto es explicar la realidad desde un punto de vista no empírico ni científico sino a través de la espiritualidad o simplemente el raciocinio.
-¿Y?
-Dijo no saber que era un metafísico y vino a verme después de leer mi aviso.
-Diego, no vine por tu trabajo, vine porque soy Carla.
-¿Antes no era Carla?
-Siempre fui Carla.
-No entiendo.
-Ahora no me amas, es lógico.
-¿Amarte?
-Voy a contarte todo, pero no interrumpas hasta que te diga que puedes hacerlo ¿estamos de acuerdo?
Diego asintió con la cabeza y ella continuó:
-Era miércoles, yo venía de la escuela, porque yo soy maestra, o lo era. Llegué a casa y ya estabas acomodando las bolsas de las compras del supermercado. Hiciste la cena mientras me duchaba; cenamos juntos, como siempre. Mientras recogí y lavé y te bañaste, fuimos a la cama. Las sábanas eran celestes, lo recuerdo porque yo las elegí, eran celestes y lisas, te habías quejado de que eran lisas, preferías dibujos, las celestes con flores blancas, estaban en la otra tienda, pero yo elegí las sábanas lisas, no me gustaban las otras e ignoré tu insistencia de ir a la otra tienda, me quedé con las celestes, las celestes y lisas.
Me desperté a las ocho de la mañana; no estabas, nunca te levantaste primero en once años de matrimonio; nunca, eso me llamó la atención. Me senté en la cama y las sábanas eran blancas, lisas, pero blancas, no eran celestes, eran blancas; fui al baño y no estabas, bajé las escaleras y pregunté por ti a la nada, pensando que ibas a oírme, pero otra voz me dijo buenos días, cielo, nunca me llamaste cielo, siempre amor, pero Facundo, mi novio de la secundaria, o sea, mi exnovio Facundo comía tostadas y tomaba café en mi cocina, me decía que iba a llevarme a la oficina y que me vistiera que era tarde. ¿Qué oficina? Soy maestra.
Facundo vino hacia mí, me dio un beso en la boca, me preguntó quién era Diego, pero ni me dejó responder. Me apuró a vestirme; subimos a una camioneta. Nosotros nunca tuvimos camioneta; teníamos el auto gris, pero Facundo y yo íbamos en una camioneta negra. Me dejó en la empresa de papá y bajé muy confundida. Me esperaban con total simpatía y normalidad. Papá me dijo que me perdonaba otra llegada tarde, pero que no quería ser evidente, que la próxima me iba a sancionar.
Ahora se supone que soy secretaria de mi padre. Lo peor es que cuando al fin terminé de trabajar salí y fui a casa de mis padres. Había una señora que me dijo que era empleada de la casa. Mis padres nunca tuvieron empleada. Pregunté por mamá. La señora me miró muy sorprendida y me dijo que mamá y papá se habían separado, qué mamá no vive ahí hace mucho tiempo, pero me dio la dirección de mamá. Fui a donde me dijo: mamá estaba dando clases de ballet. Ella dejó el ballet cuando yo nací, pero parece que ahora olvidó que lo dejó. Cuando se lo dije me dijo que nunca había pasado eso, que se habló de la posibilidad, pero papá puso una empleada y me cuidaba y esa empleada es ahora la esposa de mi papá.
Volví a casa y Facundo, que por cierto es arquitecto, y antes quiso serlo, pero cuando yo lo dejé se involucró con la hermana de su mejor amigo y esta quedó embarazada, se casó y trabajaba en la tienda de su suegro. Busqué a esa chica, a Cinthia, recordé el nombre, la busqué en redes sociales, y la encontré. Tiene un hijo, pero no es de Facundo, es hijo de otro, no sé de quién, pero no es de Facundo.
Le dije a Facundo lo que me pasaba cuando llegué a casa y estaba viendo tele en mi sofá, bueno, no es el sofá que compramos, es otro, pero está en el mismo lugar. Le dije lo de la hermana de Ricardo, o sea el que era su mejor amigo, y me dijo que no lo ve hace mucho y éste vive en otro país, según vio en publicaciones que puso en internet, sobre el niño, la hermana de Ricardo y todo eso… Me dijo que yo imaginaba cosas o que soñé, se ri{o y me dijo que iba a pedir una pizza, cosa que hizo. Lo más loco es que mi casa es mi casa, sí, la casa que elegimos juntos, Diego, pero tiene otros muebles, todo en diferente posición, el sofá es otro, pero en la misma posición y las sábanas no son celestes, son blancas, no son mis sábanas, mis sábanas son celestes, lisas y celestes. Lisas sin dibujos, pero no blancas… ¿Podrías darme un vaso con agua?
-Claro -dijo Diego, fue a la puerta y le gritó a Laura que le diera un vaso con agua. Ella vino con el pedido y él se lo acercó a Carla, que lo bebió rápidamente.
-Ya podrías hablar si gustas.
-Bueno, Carla, según lo que me dijiste éramos una pareja, vivíamos juntos, y un día desaparezco de tu vida y todo cambia.
-Nos casamos, hace once años, hace doce que estamos juntos.
-Yo creo que si todo esto es verdad hay dos posibilidades. Tus recuerdos están mal, hay algo que hace que recuerdes cosas que no sucedieron, y eso debería evaluarlo un psiquiatra, un neurólogo, no sé alguien que sepa de mente humana, un psicólogo, no lo sé, pero si alguien especializado que sepa del tema dice que estás sana, que tus recuerdos son correctos…
-Lo son, mis recuerdos están bien, interrumpe Carla subiendo la voz.
-Si es así, tuviste un salto cuántico. Eso sí es mi trabajo, pero siempre lo vimos como algo teórico; nunca conocí a nadie que me dijera que lo vivió.
-No sé qué es, pero viví lo que te digo; no tengo problemas en la cabeza.
-Quiero creerte.
-Hazlo, ¿qué es el salto cuántico?
-Teóricamente, todos tenemos muchas vidas, muchas versiones; hay un Diego que logró ser astronauta como soñaba de niño, otro Diego que murió, otro Diego que es psicoanalista y es tu esposo, este Diego que es metafísico y se está divorciando, e infinitos Diegos, así como muchas Carlas, y así con cada persona, estos Diegos o estas Carlas nunca se cambian de realidad, salvo que se salte y se puede saltar por dos razones: una Carla murió y pasaste a ser otra, que es lo que no creo que haya pasado, o se intercambiaron y la Carla secretaria, casada con Facundo, hija de una madre que se dedica al ballet, está en la dimensión donde estaba la Carla maestra, con sus padres aún casados y siendo mi esposa, igual de confundida que esta Carla, buscando a Facundo mientras me buscabas a mí.
-Una Carla que usa sábanas celestes.
-Celestes y lisas, sí.
-¿Cómo vuelvo?
-No tengo idea, no deberías haber saltado. Si no se intercambiaban las Carlas y se encontraban, provocarían un caos, probablemente destruyendo esa línea de tiempo y espacio, pero se intercambiaron, así que esas dimensiones siguen funcionando paralelamente. ¿Tenemos hijos?
-No, lo hablamos mucho, pero nunca sucedió y parece que en esta vida tampoco.
-Es que me dejaste pensando en el hijo de Facundo, siendo de otra persona debería verse como otra persona, no como el hijo de Facundo de tu misma dimensión. Te explico: cuando un ser humano se crea, es único y si una madre tiene un hijo con otro padre en otra dimensión, debería ser diferente.
-No es diferente, lo vi en las redes.
-Entonces tiene que ser hijo de Facundo.
-Me da igual.
-Sí, a la Carla que me ama le da igual, pero a la Carla que aún ama a Facundo seguramente no, además, si comprobamos que ese niño es hijo de Facundo, efectivamente hiciste el salto.
-Eso quiere decir que Facundo la engañó, o me engañó.
-Seguramente, pero en esta línea o vida o como le quieras llamar no conoce al niño o no se responsabilizó o no sabe que existe. En tu realidad, ustedes se separaron y él tuvo algo que ver con la madre del chico. En esta realidad, tuvo que ver con ella, pero te eligió porque nunca se habían separado.
-Yo lo dejé porque me fijé en ti.
-Pero actualmente es la primera vez que nos vemos, o sea en esta vida…
-Parece que para ti, sí.
-¿Cómo nos conocimos?
-Cuando yo entré a estudiar magisterio, compartía la biblioteca con estudiantes de otras carreras, entre ellas psicología. Ahí te veía, y con la excusa de que no me decidía si seguir en esa carrera o cambiarme a la tuya te hablé, pero era mentira, solo quería hablarte.
-No entré a psicología, lo pensé, pero una novia que tuve en la secundaria me regaló un libro sobre metafísica y me obsesioné.
-«La metafísica de todos los tiempos», tenía una dedicatoria que decía para una mente brillante de un corazón que brilla aún más, lo firmaba Camila.
-Si.
-Nunca lo leíste, lo teníamos en casa, pero ella te lo tiró en la cara porque te lo llevó de regalo cuando cumplieron un año y la dejaste porque según dijiste, ya no te sentías cómodo con ella.
-Pensé dejarla, pero vino con el regalo, y aguanté tres meses más, leí el libro y cambié de carrera.
-Cambio que hizo que no te conociera y me casara con Facundo.
-Eso parece.
-Mirándome bien, ¿crees que te hubieras fijado en mí?
-¿Quién no? Eso no es una pregunta con mucho sentido.
-¿Por qué? Soy una persona como cualquier otra. Podrías no haberte interesado.
-En una mujer tan linda que entra de la nada y me besa como lo hiciste, seguramente sí.
-Yo te amo Diego.
-Yo. Aún no.
-Lógico.
-Hagamos algo Carla, voy a buscar toda la información que pueda sobre saltos cuánticos, espacios, dimensiones y ese tipo de cosas. Mañana nos volvemos a ver a las tres de la tarde. Esta primera cita te la regalo ¿Te parece?
-Me parece- extendió la mano que Diego aceptó como cerrando un trato.
Carla salió de la oficina y fue a su casa. Facundo le preguntó donde estaba y ella le dijo que había ido a terapia, Facundo le preguntó razones, pero ella no respondió.
Se duchó mientras lo escuchaba hacerle preguntas desde la puerta, salió del baño con el cabello mojado, envuelta en la toalla y le preguntó sonriendo y tomándolo del mentón.
-¿Te acostaste con Cinthia?
-¿Con quién?
-Con la hermana de Ricardo.
-¿Qué?
-¿Alguna vez tuviste sexo con la hermana de Ricardo?
-¡Quién te dijo algo así!
-Es fácil, respondes si, o respondes no.
-Hace muchos años, eso fue un error, estaba medio borracho en la casa de mi amigo.
-Hace doce años -agregó riendo y asintiendo con la cabeza.
-¿Por qué salís con eso ahora?
-Era una duda nada más, solo quería saber eso. No pasa nada, le tocó suavemente la mejilla sin dejar de sonreír.
-¿Para qué?
-Da igual, olvídate de eso; no se habla más.
Carla se secó, se puso el pijama y se metió en la cama mirando las sábanas blancas. Facundo le preguntó si quería que pidieran algo para cenar; ella se negó y se quedó pensando en su charla con Diego hasta que se quedó dormida.
Se despertó escuchando a alguien que silbaba una canción. Se sentó en la cama y abrió la boca. Negó con la cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver las sábanas celestes con estampado de flores blancas. Corrió a la cocina y vio a su madre haciendo café.
-¿Qué haces acá, mamá?
-Vine para que no estés tan sola.
-¿Facundo se fue?
-¿Qué Facundo? ¿Diego? ¿Diego dónde está? -dijo sonriendo con los ojos aún más humedecidos, vio a un lado y su corazón latió con fuerza al ver la foto de su boda.
-Ay mi amor, no puedo pedirte que lo superes, es difícil perder al amor de tu vida, yo lo sé, ya sé que no es lo mismo que te dejen a lo que les pasó a ustedes, no me puedo comparar, pero sabes dónde está Diego, mi amor.
-No, no sé.
-Cuando fue por las sábanas, recuerda, esas floreadas que ahora no querés sacar nunca de la cama, que tengo que lavar yo cuando te distraés, esas que él quería y tuvo el accidente, ya sabes, amor, tienes que aprender a vivir sin Diego, sé que no hace tanto tiempo, pero…
-No quiero saber más,, interrumpió Carla, y salió corriendo reconoció su auto gris, subió en este y fue a toda velocidad buscando el edificio donde había hablado con Diego el día anterior, en este había un supermercado, siguió manejando con los ojos empapados en llanto y negando con la cabeza cuando sintió un golpe y frenó, se levantó y vio que había atropellado a un hombre, se tomó la cara entre las manos, luego buscó el celular en el bolsillo del pijama que llevaba puesto, entonces escuchó la voz de un niño de unos doce años que gritaba
-¡No, papá!- tras el niño que corría a ver al atropellado aparecía Ricardo y Cintila que iban rápidamente a socorrerlo, éste intentaba sentarse, todos se abrazaban y ayudaban, aparecían más personas a ver la escena, y Carla dejaba caer el celular junto a sus pies descalzos mientras una voz decía: “Emergencias, buenos días ¿en qué puedo ayudarle?”
Ella no lo escuchó, solo susurró apretando ambos puños: quiero mis sábanas, mis sábanas celestes, celestes y lisas.