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MARGARITA

¡Ay Margarita! ¡Estoy tan cansada! Solo tengo ganas de tirarme sobre la cama, abrazarte y dormir como cuando éramos chiquitas.

¿Te acordás? Siempre fuimos tan cercanas. Tal vez porque yo soñaba con tener hermanos. Creo que por eso te adopté como si lo fueras.

Pensar que Héctor no te quería en esta casa. Decía todo el tiempo que una mujer adulta no debía tener amistad contigo, pero eso es cosa mía. Además, ¡que se mete! Si más infantil que él no hay.

Seguro que no lo olvidas Margarita. Él amenazó con que te iba a quemar. No sé si podrás recordar algo, tengo la esperanza de que sea así.

Todo lo que hace Héctor me estresa, vos lo sabes bien, él me enferma. Creo que a todas en algún momento nos pasa. A ti no, ya lo sé. No te vas a casar nunca. Ya quisiera ser como tú, una muñeca de trapo, preciosa, con sus trenzas rubias recién hechas.

Pero las que pasamos por esto, en ocasiones pensamos que si retrocediéramos el tiempo borraríamos el día en que se nos ocurrió decir “sí”, en especial esas veces que salen con cualquier tontería. Cosas que hasta se burlan de nuestra inteligencia, una total falta de respeto. Esas oportunidades en que hay un nudo en la garganta y dan ganas de salir gritando, llorando, y desaparecer.

¡Qué suerte que vas a ser siempre soltera, Margarita! Igual pienso que a los hombres les pasa lo mismo. No es que las mujeres seamos unas santas. Ayer llegué a mi punto límite en la fiesta de cumpleaños de su primita Romina. No estuvo mal la fiesta, pero Héctor, como siempre, arruinó todo. Como sabes, él fue bastante egocéntrico desde que lo conocimos, pero con los años empeoró. Ahora se le ha dado por contar anécdotas de juventud. Lo conozco hace veintinueve años y sé bien que son puros inventos.

No es como dice el dicho: “la gota rebasó el vaso” ¡No Margarita! No es eso. ¡Es que él llena a chorros el vaso! En la fiesta de su primita, la tal Romina, se puso a compararme con otras mujeres. El desgraciado decía: “la tía Nancy tiene tu edad y ni una arruga. ¿Y la prima Marta?, que si tuvo hijos, no como vos, y mira el cuerpazo que tiene”.

Cree que es chistoso, que debería festejarle las humillaciones. Yo en realidad le diría: “Tu hermano tiene dos años menos que vos, y parece tu hijo”. Pero no, no me rebajo a su nivel.

Te haré un vestido nuevo Margarita, este lo llevas desde hace como quince años ya. Estamos igual, necesitamos un cambio. Yo, por mi parte, la verdad no pido cambiar de marido, con liberarme de Héctor me quedo tranquila. Imagínate si voy a caer en eso otra vez. Vos sabes que me pasó porque tenía poca edad, nada de experiencia y mucha rebeldía. ¡Bien dijo mi madre! Pero nunca la escuché.

Las madres son bien sabias Margarita, pero yo pensaba que casarme con un médico me arreglaba la vida. Y no puedo mentir, económicamente no podemos quejarnos. ¿No te parece? Pero hubiera sido mejor poner una tienda de… No sé, caramelos, por ejemplo, antes que aguantar tanta estupidez.

Como siempre, él cree que soy una boba, que no sé nada. Además de todo me llevó a la fiesta de su primita Romina con la que se viene acostando hace años, los mismos que duerme en cuanto toca la cama. ¡Mejor para mí, Margarita! No quiero ni que se le ocurra tocarme. ¡Qué asco! Después de meterse con esa flaca chueca. ¿Le viste el lunar peludo sobre el labio? Y no olvides el permanente aliento a cerveza.

Perdóname Margarita, te dejo acá, tirada en la cama. Prometo que el vestido nuevo te lo haré pronto. Ahora necesito hacer algo realmente importante. Vuelvo en un ratito.

¡Héctor, me quiero divorciar!

EL CAIMAN NEGRO

 

Después de hablarlo durante meses Pablo y yo decidimos que la luna de miel sería en Brasil.

La discusión siguió por algunas semanas más cuando nos encontrábamos frente a la pregunta ¿A qué parte de Brasil vamos a ir? Y la respuesta se decidió por medio de un sorteo.

Faltaban cinco días para la boda, tomamos algunas hojas en blanco, escribimos diferentes nombres de los lugares que más nos atraían como, por ejemplo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Sao Paulo y muchos más.

 

Yo puse los papeles en un bollón de vidrio transparente, y los mezclé con la mano. Puse el bollón sobre la mesa, me paré detrás de Pablo le tapé los ojos luego de que él ubicara su mano dentro del recipiente, y le dije que sacara un papel, lo hizo, le destapé los ojos y le dije que leyera, él dijo Amazonia.

 

Después de la fiesta subimos al avión sin imaginar que ese no era el principio de nuestra relación, como veníamos diciéndonos desde que decidimos casarnos, sino que era el principio del fin de una etapa de mi vida

 

Los primeros dos días fueron hermosos, por lo menos para mí, la naturaleza me tenía totalmente fascinada. Pablo se quejaba del calor, de los mosquitos, de que necesitaba la ciudad, sin embargo, yo me sentía parte del verdor de una naturaleza llena de magia.

Al tercer día lo vi.

La noche era húmeda y cálida. Pablo dormía profundamente me serví un jugo de mango, y caminé descalza hacia la ventana mientras lo bebía. La luna estaba llena e iluminaba el rio cercano a nuestra cabaña, me sobresalté al verlo salir del agua, casi grité apretando el vaso contra mi pecho y mojando un poco mi ropa, pero ese grito se ahogó con el pensamiento de que no deseaba despertar a Pablo para escucharlo quejarse y pedir volver al ruidoso y aburrido mundo citadino.

Era oscuro, largo, sus ojos de un verde intenso que yo creía, me miraban, me llenaban de nerviosismo y curiosidad ¿Por qué querría esa bestia hermosa dejar el agua?

 

Silenciosa seguí observándolo, con cuidado dejé el vaso sobre una mesita sin despegar los ojos del animal, hasta que comenzó a intentar levantarse, como si quisiera ponerse en dos patas dándose impulso con las manos, y comenzó a cambiar su gruesa piel por una más tersa, redujo su tamaño, y gritó, gritó de un modo que hizo que me temblaran, las manos, las piernas y se acelerara mi corazón, dejó de verse como una bestia increíble para convertirse frente a mis ojos en un hombre que se desplomó a orillas del rio.

 

Mi primer impulso fue salir a ayudarlo, pero luego me llené de temor.

Mis manos seguían temblando, mi respiración se entrecortaba, de todos modos, controlaba mis sonidos para evitar que Pablo interrumpiera aquel increíble espectáculo.

El hombre caimán se paró, desnudo, mojado mirando a los lados como investigando, se recogió su largo cabello con las manos y caminó lentamente alejándose de mí.

 

A la mañana siguiente mi marido deseaba hablarme de muchas cosas, pero principalmente de acortar la luna de miel, yo lo oía, mas no lo escuchaba, estaba pensando en el caimán.

Pablo me dijo que iría a hacer unas compras, no lo quise acompañar, él no insistió demasiado, y cuando se fue corrí hacia la orilla del rio, seguí las huellas humanas que me llevaron a una cabaña precaria y solitaria.

Me acerqué y cuando vi al joven de cabello largo salir preguntando en portugués que, hacia allí, quise correr para regresar sobre mis pasos, pero me resbalé y caí, al intentar levantarme sentí que tomaban mi brazo para ayudarme. Volteé la mirada, y vi sus ojos que eran tan verdes e intensos como antes de volverse humano.

Le expliqué que era extranjera hablando en mi terrible portugués, me dijo que si necesitaba algún tipo de ayuda, y le dije que lo único que no quería era volver, y que conocía su secreto. Me entendió inmediatamente y me pidió que no hablara con nadie de su condición y no regresara jamás.

 

Corrí a mi cabaña, tomé mis cosas mientras mi corazón palpitaba temeroso de que el tiempo no fuera suficiente. No escribí una carta, no dejé nada, solo me fui a la precaria cabaña del hombre caimán y le dije que quería aprender todo sobre su mundo.

Al principio se negó, pero luego de un largo rato de súplicas me explicó que cada luna llena él dejaba de ser Thiago para ser el caimán negro. Recordaba cada instante de lo que vivía usando ese cuerpo, y me contó que no era el único en la zona.

Nadie puede con nosotros, nos alimentamos hasta de las pirañas, me dijo entre risas, me aclaró que los de su especie eran la razón de que solo hubiera en esa zona del mundo caimanes negros.

Me aclaró que desconocía la razón de ello, pero estaba casi seguro de que todos habían nacido en la Amazonia del lado brasileño.

Yo supe que el sorteo no había sido un simple juego con mi esposo, sino que había sido mi destino.

Supongo que Pablo me buscó, quien sabe lo que le dijo a mi familia, y a la suya. Me da igual, yo estoy a donde pertenezco y cada luna llena observo con detalle como mi hombre deja de ser Thiago para ser el majestuoso caimán negro.

Tan rapido

 

Desde que llegué a la ciudad me di cuenta de que la mayor diferencia entre mi vida en el campo y esta nueva experiencia es el tiempo.

Los días en el campo, a pesar de estar muy ocupado, eran más lentos, más largos y parecía que todo era espacioso y libre, aquí sin embargo los espacios son pequeños, casi sofocantes y todo va tan rápido.

Todos nos conocíamos, nos saludábamos, éramos como una gran familia, aquí nadie sabe nada de nadie, tengo muchos vecinos en el edificio en el cual vivo, pero no tengo idea de cómo se llaman, como viven, que necesitan, en el campo estaban más lejos, pero se sentían muchísimo más cercanos.

Después de la enfermad y posterior muerte de mi padre nos quedaron tantas deudas que mamá decidió que lo mejor era venderlo todo, ella se fue a vivir con su hermana y yo vine a probar suerte por acá, conseguí un trabajo en la construcción y seguí para adelante perdiendo mi norte, ya que creía que iba a morir de viejo en el campo donde nací.

Todo pasa tan rápido.

La tarde que me di cuenta cómo eran los sentimientos del mundo urbano, era viernes, yo venía de trabajar, cansado, con la mirada perdida en una pequeña ventana por la cual los edificios iban desapareciendo, mi mente volaba por plantaciones de papa, cebada y maíz que solo Vivian allí, en los recuerdos más profundos de mi ser.

Sentí una especie de energía que me obligaba a voltear la mirada, lo hice y la vi, me miraba muy fijamente, con ambas manos se tomaba del tubo ese que tienen los transportes colectivos para que podamos ir parados y cobrar por un mayor número de pasajeros.

Jugaba con una goma de mascar dentro de su boca, al ver que había llamado mi atención sonrió, lo cual como si fuera un reflejo me hizo hacer lo mismo.

A medida que las personas fueron bajando ella se fue acercando y se paró frente a mí, yo junto a aquella ventanita iba también de pie

-Hola

-Hola señorita-respondí cortante

Ella tambaleando se acomodó frente a mí, bajo la cabeza y subió la mirada, cuando el coche hizo una frenada ella exageró un poco y se dio casi contra mi cuerpo, se rio y volvió a mirarme. Yo subí mis cejas algo confundido, nunca había vivido una situación similar.

No paró de mirarme, sonreírme y hacer movimientos coquetos en todo el viaje, yo le respondía dentro de lo que mi inexperta inseguridad me permitía.

En un momento el coche tuvo que meterse dentro de un túnel poco iluminado, cosa que yo había visto varias veces, ella se aproximó un poco más y por un momento tuve miedo de que su verdadera intención fuera quitarme la billetera por lo cual puse una de mis manos dentro del bolsillo que la contenía.

Después de eso ella rozó muy a propósito su cuerpo contra el mío se dirigió a la puerta, y bajando siguió mirándome.

Pasaron los días, se hizo viernes, la volví a encontrar en el mismo lugar, se paró frente a mí y ató sus rulos oscuros.

-Hola

-Hola señorita

El mismo juego coqueto se repitió, pero esta vez me sentí menos tenso, y pude corresponderle, cuando estábamos por llegar al túnel volvió a hablarme

-Bajate conmigo

- ¿Yo?

-sí, bajate conmigo, voy a estar sola no tengas miedo.

Si bien recordé las advertencias de la gente de mi pueblo sobre los peligros de los citadinos, me dije a mi mismo que debía intentarlo, pasando el túnel la seguí.

Tiró el chicle escupiéndolo en el suelo, sin buscar donde lanzarlo, y me dijo sonriendo.

-Soy Maru, vivo ahí- señaló un edificio sin parar de caminar

-ah, bueno.

La seguí subimos el ascensor, el lugar donde vivía era casi igual a donde vivía yo, cuando entramos ella me preguntó si quería agua o algo, le dije que no, entonces me besó y prácticamente me empujó sobre un sofá se sentó sobre mí, me bajó el cierre de la ropa de mi uniforme, rápidamente me tocó, subió su falda de jean, no tenía ropa interior y allí mismo sin mediar muchas palabras me metió dentro de ella y no paró hasta que hizo que terminara, se bajó se soltó los rulos, me volvió a ofrecer agua y me volví a negar, me dijo que si yo necesitaba ayuda para irme a casa, también lo negué, se puso a mirar su teléfono celular, nunca me preguntó ni el nombre, entonces me levanté y fui hacia la puerta, no sabía si despedirme o no, pero al ver que me ignoraba, simplemente me fui.

Me sentí algo confundido y me dije varias veces que seguramente estas cosas pasan en la ciudad.

Al llegar el siguiente viernes, la vi subir de nuevo, esta vez no iba sola, había un joven alto a su lado, se pararon frente a mi, ella ignorándome miraba por la ventana mientras el chico le hablaba de la biblioteca, bedelía, fichas y materias universitarias, que yo nunca conocí.

De vez en cuando ella le respondía, otras veces solo se giraba y le besaba apenas los labios. Me pregunté varias veces si en mi pueblo algo así habrá pasado.

Cada viernes durante meses subió, sola o con su pareja, pero siempre ignorándome.

Hoy es martes, estoy llegando a casa, frente a mi se paró una rubia, se rió, le respondí igual, parece que si, son cosas de la ciudad, quizá dentro de unos meses me ignore igual que Maru, quizás no, o todo quede en esas risitas, ya no me preocupa ni la billetera, ni los sentimientos, total aquí todo pasa tan rápido.

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