Isidora, no me odies. Con mis últimos suspiros lo único que pido, lo único que anhelo, lo único es que no me puedas odiar. No pido que me sigas amando, sino por lo menos que no me odies, y puedas seguir con tu vida.
No me odies porque estoy faltando a nuestra cita, no me odies ni siquiera cuando ignoras lo que está pasando, piensa Lucas mientras el intenso dolor que sentía en su vientre se va desvaneciendo junto con su último aliento.
Hace dos horas Lucas estaba hablando por teléfono con su novia, ella le repetía una y otra vez que no llegara tarde a su fiesta de cumpleaños.
Él le juraba que estaría allí antes de las cinco de la tarde como habían acordado, le cantaba feliz cumpleaños en inglés, luego en francés, y finalmente en español, le tiraba besos sonoros, ella se reía, y le decía que si bien ahora cumplía diecinueve se imaginaba cumpliendo setenta y festejándolo con él, bromeaban sobre como seria la tecnología para esa época, y si estarían al teléfono o frente a frente. Ya jubilado supongo que estaremos juntos, no creo que llegue tarde, ella hacia chistes sobre que él tiende a llegar tarde, y él jugaba a estar enojado y ofendido.
Para esa fecha ya tendremos como tres hijos, tres o cuatro, no lo sé, y seguramente algunos nietos, soñaba en palabras Isidora, él le pedía que al mayor lo llamaran Enrique como a su papá, y ella le discutía que siempre había querido ponerle Justin, a lo que él se negaba rotundamente. ¿Y si es una niña? No me convence Enriqueta, mucho menos Justina, alegaba Lucas entre risas. Si es niña le ponemos Isidora para que sea tan hermosa y dulce como su madre, proponía el joven enamorado, lo que ella consideró una pésica idea, y propuso hacer una lista de nombres cuando estuvieran juntos y a solas luego de la fiesta de cumpleaños.
Lucas colgó el teléfono, sacó unos billetes de su cajón, fue a la cocina donde su madre preparaba el almuerzo, le dio un beso y le comentó que iba a comprarle el regalo a su chica, la madre le pidió que no tardara que en pocos minutos estaría llegando su papá, y quería que comieran todos juntos. El joven asintió con la mirada, y se fue lleno de vida, feliz, y con la mente repleta de planes.
Lucas sonriendo y tarareando una canción que le venía rondando en la cabeza desde hacía varios días entró a una joyería, le dijo al dueño que quería conseguir el anillo más bonito que tuviera, el vendedor le trajo una caja repleta de anillos, y comenzó a hacerle propaganda a cada uno de ellos
¿Es de compromiso?, le preguntó arqueando las cejas con una sonrisita de medio lado. Lucas afirmó con la cabeza, y respondió que a pesar de ser muy joven sabía que había encontrado a la mujer de su vida, que esas cosas se sienten, y que no había nadie como Isidora, que él lo sabía.
El vendedor lo felicitó, y le dijo que para los tiempos que corren había conseguido algo muy difícil. Creo que en todos los tiempos ha sido difícil, comentó sonriente Lucas observando los anillos e imaginando la mirada de Isidora al recibirlo.
¿Quieres casarte conmigo? Susurró observando el mostrador y mordiéndose los labios, respiró hondo y volvió a preguntar en voz alta, ¿Quieres casarte conmigo? Y tragó saliva, el vendedor le dijo que no, pero que se sentía halagado, solo que a su esposa no le gustaría la idea, y Lucas lanzó una sonora carcajada.
Se escuchan sirenas, la imagen se desdibuja ante los ojos de Lucas. Siente que lo levantan y lo meten dentro de una camioneta blanca, quiere hablar y un desconocido le dice que no se esfuerce, que lo mejor es que guarde sus energías, que harán todo lo posible, Lucas piensa que ya no hay nada posible frente a él.
Compró el anillo, y cuando iba a guardarlo en su mochila entraron dos hombres encapuchados, uno con un arma de fuego el otro con una cuchilla diciendo que era un asalto, y que lo mejor que podían hacer era entregar las joyas y el efectivo sino querían que los matara allí.
El vendedor accedió, les dijo repetidas veces que no había problema, y podían llevar lo que quisieran, lo que sea, pero que por favor no los lastimara.
Lucas paralizado observando la escena con las manos en alto, y una de ellas llevando la cajita del anillo no decía ni una palabra.
El empleado se agachó llevó la mano a la caja y rápidamente la bajó un poco más tocando una alarma que sonó en todo el lugar, luego quiso tirarse al suelo, pero el que llevaba el arma de fuego le disparó en la cabeza, y salió corriendo.
Lucas quiso guardar el anillo en su bolsillo aprovechando que el del cuchillo estaba solo mirando a los lados asustado y gritando porque su compañero lo dejó, y ambos lo vieron claramente, subir a una moto e irse.
Lucas bajó la mirada e intentó salir caminando lentamente, cuando el del cuchillo le dio una puñalada al costado del vientre, y le quitó el anillo, le dio dos puñaladas más y también corrió, pero a pie.
Isidora no me odies, no puedo morir pensando que puedes odiarme por no llegar a tu cumpleaños, ni siquiera vas a saber lo que tenía planeado para hoy, no me odies porque mi alma no puede con eso, no me odies por favor.
Isidora no me odies porque no va a nacer Enrique, ni porque no te di el anillo que esperabas, porque, aunque nunca lo dijiste, se que lo esperabas. Tengo que aguantar hasta hablar con mi Isidora, tengo que poder, piensa Lucas mientras le colocan una mascarilla, y lo último que escucha antes de dejarse ir es una voz de mujer diciendo. Masculino, veintiún años, caucásico, herida de arma blanca, hora del descenso trece y treinta.
En mi
No sé en qué momento se me ocurrió que no quería vivir, pero sé en qué momento
ella se dio cuenta de ello y me aisló dentro de mí.
Fue una noche de navidad, estaba sola sentada frente a la ventana con una botella
de vodka en la mano, varias pastillas en la otra y el sonido de los fuegos artificiales de fondo.
Fueron seis meses muy difíciles hasta llegar a esa noche de navidad en que me
convertí en prisionera de mi cuerpo.
En junio la vi por primera vez, apareció reflejada en el espejo de mi habitación con
su larga y oscura cabellera, esa sonrisa siniestra y su mirada penetrante, grité al verla y sentí
como la vida de mi hijo se escurría entre mis piernas.
Mi pareja me llevó rápidamente al hospital, pero no se pudo hacer nada al respecto.
Esta perdida fue un antes y un después en mi vida, pasaba horas llorando tirada sobre
la cama, comía cuando mi marido me obligaba, y dormir era casi imposible.
La sombra de aquella mujer pasaba frente a mi casi a diario cuando intentaba dormir,
oía su voz diciendo que merecía haber perdido a mi bebé, me decía que terminara con mi
vida y comencé a tener fobia a los espejos, aunque nunca más se reflejó ante mí.
Me vieron psicólogos, psiquiatras y diferentes especialistas, nada me calmaba.
Las peleas con mi pareja comenzaron a crecer hasta que el veinte de diciembre
decidió tomarse un tiempo, luego de que él se fue ella aparecía cada vez más, yo aumentaba
la ingesta de alcohol y píldoras hasta que esa noche de navidad lo que creí que iba a ser un
suicidio se convirtió en una cadena perpetua.
Aquí estoy un año después, mientras mi carne, mi piel y mis huesos son usados por
esa extraña mujer la cual celebra con mi esposo, brinda, se ríe, y planean un viaje romántico
para enero yo sigo aquí, en mí, intentando usar lo que antes fue mi cuerpo y hoy es solo una
cárcel por la que veo lo que vive ella.