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Intolerancia social

¿Por qué estamos así mama?, pregunta Gabriela, mientras Judith tapa las ventanas con recortes viejos de periódicos.

Ya te lo dije amor, porque no sabemos si hay más personas, o si son peligrosas, es  algo así como el fin del mundo, el apocalipsis.

¿Y Fido?, Judith se encoge de hombros,  no tiene respuestas, desde que todo comenzó a acabarse no había vuelto a ver a su perro.

Conseguí unas verduras, no sé si servirán de algo, dice Gustavo entrando a lo que queda de su hogar. Todo es culpa de los políticos, murmura dejando los vegetales sobre unos trozos de revistas sobre el suelo.

No es verdad, todo es culpa de la intolerancia social, sabes bien que todo comenzó con insultos en redes sociales, luego con palizas y empujones, mas tarde  los actos de vandalismo y finalmente se descontroló hasta que todo quedó como ahora, destruido.

¿No viste a Fido papi? Insiste la pequeña, Gustavo niega  con la cabeza , se sienta en el suelo, recuerda cómo era la ciudad cuando Gabriela nació, y hoy seis años después, no hay edificios, ni jardines, prácticamente no hay nada.

¿Has visto más personas? Pregunta Judith mientras revisa los víveres que ha encontrado su marido.

Si, pocos, pero  la verdad la mayoría no están tan bien como nosotros.

¿No tan bien? Agrega con una risotada irónica Judith.

Nosotros tres aun tenemos cuatro miembros y cinco sentidos, de eso hablo.

Judith traga saliva, respira hondo y le aconseja a Gabriela que se duerma.

La niña se acomoda entre trapos viejos sobre un colchón húmedo y manchado. Los padres se alejan, y van  donde hace un año había una cocina.

Lo que más extraño es quejarme, dice casi en susurros Gustavo y sonríe.  Judith lo mira sorprendida y le pregunta. ¿Cómo que quejarte?

Pues si Judith, quejarme de que tengo que madrugar, quejarme de mi trabajo, quejarme de que la comida tiene mucha o poca sal, quejarme de que no nos da para esto o para aquello, quejarme de que llega la navidad o el cumpleaños de la niña, quejarme de tantas bendiciones y tanta felicidad, pensando que era  algo malo. ¿Cuántos de los que vi en la calle se habrán quejado de que el oftalmólogo se tardaba un par de meses para la cita, o de que le dolían los pies? No sabían lo hermoso que era poder tener vista, y tener pies.

Judith se seca las lágrimas y asiente con la cabeza.

Todo por eso de defender y atacar, siguió Gustavo, defender a la derecha, atacar a la izquierda, defender a la izquierda atacar a la derecha, e irónicamente ya ni eso existe.  Los disparos, las bombas, el vandalismo, el miedo y la falta de este nos deshumanizaron.

Por eso te lo dije cielo, opina Judith quitando las lágrimas de sus mejillas con la voz temblorosa y entre cortada, la intolerancia social, la falta de respeto, la violencia fue la que ganó, y estamos como estamos.

Ambos sienten un ruido, nombran a Gabriela y corren a verla, sobre ella un perrito flaco  sucio y despeinado se acomoda para dormir moviendo su rabo pegoteado y pelado. Judith abraza a Gustavo, este la contiene mientras ella intenta no llorar.

Gabriela  abre los ojos con dificultad, sonríe,  estira la mano, y toca al animal mientras susurra. -Viniste Fido- Se acomoda acercándose a su mascota, y se vuelve a dormir.

EL AMOR DE PAPI

Joaquín mira sus muñecas, tironea las mangas de su abrigo con el logo del colegio secundario, tapa los moretones y se sienta a la mesa.

-¿Esta noche te toca guardia Elena?

– Si, cielo toda esta semana, época difícil para las enfermeras

Joaquín mira su taza la toma con ambas manos y la lleva a su boca

– Se entiende, ya van a ir mejorando las cosas, mientras no vuelva al trabajo presencial me quedo con los niños, quédate tranquila- comenta Enrique acariciando el cabello de su hijo menor y mirando fijamente a Joaquín que desayuna en silencio.

El adolescente se despide y sale recordando la noche anterior, cuando Elena salió, y piensa que hoy seguramente se repita como siempre.

Con un nudo en la garganta vuelven esas imágenes de cuando Enrique lo llamó, él se negó a entrar a la habitación, y Enrique le dijo- O le das amor a papi o ya sabes que le puede pasar a Mathias

Joaquín se sentó en la cama, le pidió a Enrique que no tocara a su hermanito a lo que él tomándole ambas muñecas y tirándolo sobre la cama le respondió al oído -Eso depende de ti.

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