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EL CHOCLO EN MENDOZA

 

Mi padre dice que soy bohemia como toda artista, mi madre dice que estoy loca, lo cierto es que cuando se puede me doy un gustito, y mis gustitos están ligados a barcos, aviones o carreteras, mi bolso está siempre listo para ponerle un par de trapos y salir a recorrer lo que el mundo me permita, o el bolsillo, claro está.

En estas idas en moto al interior de mi país, los barcos hacia Buenos Aires, con excusas o sin ellas, y alguno que otros kilómetros de carretera, que confieso, son mis favoritos, me fui a Mendoza. Horas y horas de camino desde Montevideo, pero cada una de ellas valió la pena.

Cuando llegamos a Mendoza todos fuimos invitados a degustar uno de sus famosísimos vinos, y comer un pollo al disco.

Yo, como siempre, o casi siempre, viajaba sola, buscaba un sitio donde acomodarme, ya que la mayoría iba con algún hijo, pareja, hermano o amigos. Caminando entre las mesas buscando un lugar con la mirada fue cuando vi su mano extendida que me invitaba.

Me senté junto a ella, su nieto y una chica, que, como yo, fue sola.

Me llamo Irma, me dijo, y comenzamos una linda amistad.

Luego del almuerzo nos dejaron en el hotel y nos recomendaron un par de cenas show bastante en cuenta, pero yo, con menos de cuarenta años, solo pensaba en descansar. Mi compañera de habitación salió, y varios de los demás viajeros también.

Yo bajé al restaurant del hotel a pedir una ensalada de frutas, allí estaba Irma con su nieto, les comenté que no me atraía mucho lo de la cena show, ella y su acompañante, que pensaban igual, me invitaron a recorrer las calles de Mendoza, primero dudé por el cansancio, pero casi de inmediato pensé que quizá esa fuera la única oportunidad de hacerlo así que salimos

Los tres hablábamos con la fluidez de aquellos amigos que habían compartido toda una vida. Me sorprendí cuando en un comentario Irma confesó que estaba a pocas semanas de cumplir ochenta años.

Soy muy mala para recordar los nombres de los lugares, pero caminando desde el hotel llegamos a un lugar muy bonito con el escudo de la ciudad que, como era de noche, estaba iluminado.

Caminamos y conversamos entre artistas callejeros, vendedores ambulantes y artesanos, hasta que vimos a un hombre que bailaba tango solo en la plaza, como todos aquellos artistas el bailarín también esperaba propinas, y alguna voluntaria que le siguiera el ritmo. Entre bromas y comentarios Irma aceptó bailar con él.

Fue un momento mágico, yo tomé mi celular e hice un video de la pareja bailando uno de los tangos que más me gustaba en la infancia cuando mi abuelo lo escuchaba y lo silbaba al mismo tiempo, El choclo. Y así al son de El choclo, mi nueva compañera de aventuras, que tenía más del doble de la edad que yo se lució en plena plaza mendocina.

De vuelta al hotel ella me hablaba de que lo hacía mejor de joven, de que le fallaba un oído y que siempre amó visitar Argentina, y yo, bueno yo lo único que pensaba era que ojalá que si un día tengo la suerte de llegar a tener ocho décadas sean así, recorriendo calles extranjeras, y bailando, no sé si tan bien como mi amiga, pero bailando algún choclo como ella en Mendoza, o donde sea.



El test de amor

El amor debería ser una condición para estar aquí, la ciencia tendría que inventar un test de amor: Como el que hay para saber si eres diabético, por ejemplo, pero de amor ¿Qué hago frente a un juez de paz? Tendría que estar en el liceo, planeando salidas con amigas, pensando en que estudiar de grande pero acá estoy casándome, con dieciséis años, y ninguna razón para hacerlo.

Esa mosca que esta frente al acta de matrimonio, deseo que crezca, la imagino engordando, enorme, asquerosa, fea, impresionante, y asustando a todos los invitados, todos corriendo por culpa de la mosca mutante, y obesa. Seria hermoso bueno, no sería hermoso, pero así se cancelaria la boda, eso sí sería espectacular.

Mamá me hace gestos porque quiere que firme el acta. No estoy embarazada… ni enamorada, ni tengo una razón para casarme con Antonio ¿Qué hago aquí? ¿Nadie me va a socorrer? Solo es darle el gusto a mis padres ¿No habrá otro modo de hacerlos felices? 

Ay Dios santo recién miro a mi tía Gladys, ¡que vestido más espantoso que se trajo! Parece que iba al supermercado, o a la feria, recordó que yo me casaba y vino, le falta el carrito y las chancletas.

Si explotara la lapicera que tengo en la mano, y no pudiera firmar sería perfecto manchándose todo de azul y no se… bueno la verdad no sé si tendrán más documentos como estos para hacerme firmar igual. ¡Ay qué mala suerte tengo! Deben tener miles de actas igualitas, no serviría de nada. 

¡Qué calor! diciembre y yo de tacos medias de nylon y este vestido inmundo, bueno no es verdad, el vestido está buenísimo, pero lo podría usar para otra cosa: Como para el cumpleaños de quince de alguna prima, o de amigas… no para casarme, no así.

Volvió la mosca, quizá sea la misma, son todas tan parecidas, pero en una es la misma, y me leyó la mente, quizá esta vez sí me piensa salvar...nada ni un gramo engorda, así no asusta a nadie…

Yo quería enamorarme… ¿y si me enamoro más adelante? ¿Será verdad eso de las mariposas en la panza? ¿Y será cierto todo eso de que nadie más te importa, y es para toda la vida? ¿Será cosa de los libros y las novelas? ¿Porque no hacen un test de amor para cancelar este matrimonio? Inventan muchas estupideces, pero algo tan importante como un examen para saber si la gente se quiere nadie lo inventa nunca 

La mirada del juez me presiona, estoy demorando mucho, tiene razón. 

Nadie piensa salvarme, y bueno… firmo.

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