¿Dónde está Hugo?, pensó Nicolás en medio de aquella tormenta descomunal.
Ese día de abril en la ciudad de Dolores, mientras todo volaba alrededor de Nicolás,
él observaba en silencio los nervios, la ansiedad y el miedo pintado en los rostros
de maestros y compañeros de clase, pero en su mente solo se preguntaba: ¿Dónde está Hugo?
Intentó escaparse de la escuela por algún lado donde no lo vieran, pero no lo logró.
Alicia, su maestra, lo trajo con el resto de los niños, y lo puso a salvo. Muchos gritaban, otros
lloraban, y la mayoría clamaba por sus papás.
Nicolás no deseaba estar ahí. Sus pequeños ojos verdes recorrían todo aquel salón
pensando en cómo podría llegar a ver si su amigo Hugo estaba bien.
En un momento de distracción de la maestra Nicolás escapó.
El fuerte viento de aquel tornado estaba azotando su ciudad, y trataba de impedir que
siguiera camino, pero el pequeño de tan solo nueve años no pensaba detenerse, a pesar de lo que le costaba mover su delgado cuerpo.
Los padres de Nicolás llegaron a la escuela, y encontraron a la maestra desesperada
llamándolo. Nadie lo había visto, ni siquiera sabían si estaba en el edificio, o habría salido de allí.
Ya viendo que la tormenta amainaba, algunos alumnos salieron a encontrarse con sus
familias mientras los papás de Nicolás, y Alicia dejaban la escuela, y comenzaban a buscarlo.
La madre angustiada lloraba, y decía que, si el viento los movía a ellos dentro del
coche, a su bebé lo haría volar. La docente la consolaba comentando que no pensara así, que tuviera fe, y seguro lo iban a encontrar. El padre no quería opinar, solo se concentraba en buscarlo y decirse en sus pensamientos que todo iba a salir bien.
Mientras tanto Nicolás seguía caminando hacia su casa, no podía correr, el viento lo
empujaba, pero la idea de saber de Hugo lo mantenía firme, y lo ayudaba a luchar contra lo que quedaba de la tormenta.
Los padres y Alicia, ya desesperados, decidieron ir hasta la casa a ver si había llegado
por sus propios medios. No lo encontraron.
Vieron que el muro se había caído, y la maestra con la voz entre cortada dijo que no
volvería a la escuela, ni a su casa, sin noticias de su alumno.
El padre había decidido volver a subir al auto para seguir la búsqueda cuando vieron
que llegaba Nicolás.
La mamá corrió hacia donde estaba el pequeño, lo abrazó y en tono de reproche
preguntó:
—¿Por qué te fuiste solo? Casi me muero de angustia.
Alicia se despidió y se fue caminando con una sonrisa de alivio.
Nicolás miró el muro caído, y su rostro de preocupado pasó a angustiado.
—¿Dónde está Hugo? —preguntó el niño con un hilo de voz.
Tras aquella pregunta los padres se miraron, tragaron saliva, bajaron los ojos, y se
encogieron de hombros, pues no tenían respuesta.
Al verlos Nicolás casi llorando, y con la sensación de un nudo en la garganta gritó:
—¡Hugo! —y entró a la casa.
Recorrió todas las habitaciones dejando su dormitorio para el final. Con los ojitos
mojados, y una presión en su pecho que hacía que la voz le saliera de su cuerpo como si le costara brotar del mismo, volvió a llamar a Hugo, una y otra vez, al no recibir respuesta se largó a llorar sin consuelo.
Los padres entraron a su cuarto en silencio.
El papá se sentó junto a él y le acaricio el cabello, Nicolás se alejó, se tiró en la cama
y siguió llorando.
Repentinamente, sintió algo húmedo en su mano que hizo que se le dibujara una
enorme sonrisa, y la sensación de pena que lo invadía se transformara en alivio y contento.
Era una lengua que lo lamia. Era Hugo, su pequeño perrito color café, que esperó que
todo aquel revuelo se calmara para salir de debajo de la cama de su dueño.
Encuentro
En una esquina oscura y siniestra se encontró con ella.
La había deseado y llamado durante años, pero tenerla frente a frente no era lo mismo
que imaginarla.
Creyó que vería aquellos instantes más relevantes pasarles frente a los ojos mientras
sus pestañas se juntaban unas dos o tres veces, pero no fue así.
Una sombra rápida y desconocida hizo que aquel metal frío le abriera el vientre.
Despojada de objetos de mínima importancia, que había considerado preciosos, y
nadando en roja y valiosa propiedad la vio.
Dame una oportunidad. Le susurró al oído, pero ya era tarde la muerte había
respondido antiguas e insistentes plegarias viniendo a su encuentro.