Una promesa de hermanas
Virginia camina por el húmedo, oscuro y frío pasillo que tantas veces fue testigo de sus juegos infantiles, antes de que decidiera irse a la capital.
La casa no se ve como antes. Sus piernas temblorosas la dirigen hacia la puerta de salida, antes de llegar a esta observa la vieja sala en la que tantas veces compartió mates y risas con su mamá, y con Carolina, apoya las manos abiertas en el marco de la puerta, mira hacia el campo con los ojos humedecidos, baja las manos hacia su vientre, se agacha hacia adelante y vomita.
Carolina corre hacia ella, le dice que se calme, que ya están las tres juntas, intenta abrazarla y Virginia la aparta de un empujón y corre hacia su camioneta. Carolina grita el nombre de su hermana mientras esta la ignora.
Virginia para de conducir varios kilómetros después de dejar la casa, en la oscura y solitaria carretera, llora desconsolada, y repite en voz baja: no puede ser, no puede ser. Levanta la mirada, y allí ve un llavero colgando del espejo, lo toma, lo aprieta, y lo acerca a su pecho, cierra los ojos y los recuerdos la invaden.
Carolina, hace cinco años, en silencio se hallaba sentada sobre la cama, el sol brillaba intensamente y Virginia preparaba sus maletas para irse a la capital. Tere le decía a su hija que no olvidara esto, aquello, y lo otro, Virginia alterada y negando con la cabeza alegaba que iría demasiado cargada si escuchaba a su madre.
La despedida fue en la terminal, Carolina solo le dijo que volverían a estar las tres juntas como siempre algún día, que era una promesa de hermanas, Virginia afirmaba con la cabeza y las abrazaba. Tere le dio un llavero y le dijo que cuando se sintiera sola, o triste, lo tomara con fuerza y recordara lo unidas que siempre fueron las tres después de perder a su padre.
Carolina cierra la puerta de la casa, se encoje de hombros, y va hacia la cocina, pone a calentar agua mientras dice casi gritando, “Bueno vieja, se fue otra vez, yo cumplí con lo que le había jurado, las tres juntas como debió haber sido siempre, pero ella y sus delirios de grandeza, ya la conoces a la Virginia, ella es un bicho de ciudad” prepara el mate, va hacia el dormitorio y se para en la puerta mientras lo toma y sigue comentando con un tono más bajo “Yo estaba contenta de ver a mi hermana mayor, pero es mucho para ella, la vida del campo no es fácil, lo sabemos bien vos y yo”
Virginia respira hondo, se seca las lágrimas, abre torpemente su cartera, las manos no paran de temblarle, saca su celular, y llama, con un hilo de voz dice que necesita ayuda.
Carolina con una vela sobre la mesa de luz, dormita, cuando repentinamente escucha que golpean la puerta, piensa de inmediato que se trata de su hermana, se pone las pantuflas, y corre hacia la puerta, la abre y frunce el seño sorprendida al ver a su hermana con dos policías.
Está allí, es la segunda puerta, dice Virginia y los dirige, mientras su hermana la observa con la boca abierta. Ambos policías al llegar a la habitación se tapan la cara, se miran y afirman con la cabeza luego de ver a Tere acostada, con poco cabello, putrefacta, los anteojos puestos, la ropa casi fusionada con su cadáver, lo que queda de sus pies descalzos, un delgado gusano saliendo de lo que fue su nariz, y un olor nauseabundo que invade la habitación.
Esta señora debe llevar más de un año ahí, comentó uno de los oficiales. Carolina va lentamente hacia ellos y con una amplia sonrisa les ofrece hacerles un mate. Virginia la toma de los hombros, y negando con la cabeza le pregunta que ha hecho, Carolina responde que nada, solo esperarla, y cumplir la promesa de estar las tres juntas otra vez.