todos dependen de mi
Sentada en el suelo del húmedo, gris y frio callejón Anita tiembla.
La jovencita no sabe la razón, no sabe si es el frío intenso, sus escasas ropas rasgadas, la lluvia que se mezcla con sus lágrimas o el miedo, pero tiembla.
Piensa en su madre, en que van a pensar o decir, en si le va a importar, en sus tres pequeños hermanos, en cómo va a volver o que hará para que su familia pueda comer si ella no vuelve.
Todos dependen de mí, susurra.
Se levanta, camina lentamente atravesando el callejón, sigue sin siquiera mirar semáforos o personas. Escucha una bocina, la ignora, pero ya no puede evitar prestar atención cuando escucha esa voz:
-Anita, por favor, sube al coche. Es Ignacio, ella sin mirarlo obedece, y solo repite en su mente: Todos dependen de mí.
Hace pocas semanas su madre le consiguió un trabajo limpiando la casa de una familia adinerada. No era algo legal, ya que Anita a penas llega a los dieciséis años, pero si muy necesario.
Los primeros días fueron un tanto difíciles ya que su patrona era bastante exigente, pero al final del día le pegaba rigurosamente.
La segunda semana de trabajo conoció al esposo de la dueña de casa. Las cosas cambiaron para bien, el humor de su patrona mejoró, al comenzar las clases los niños de la casa ya no eran tan molestos ,y su nuevo jefe era muy amable con ella e intentaba controlar el carácter de su señora.
Cada noche al llegar a casa Anita le daba todo el dinero a su madre, casi no veía a sus pequeños hermanos, y algunas veces se topaba con posibles padrastros que, con suerte, duraban dos o tres días, a veces un poco más, pero ella nunca hablaba de ellos.
Hoy la patrona tuvo que ir a ver a su madre enferma, se llevó a los niños y don Ignacio estaba solo en casa.
Anita pensó que por esa razón seria un día fácil, pero estaba equivocada.
Mientras ordenaba el dormitorio de los niños don Ignacio entró y sin dejarla voltear se apoyó en su espalda, le tomó el cabello, y le lamió el cuello. Anita sobresaltada quiso girarse con la idea de salir de la habitación.
Don Ignacio la apretó contra su cuerpo, le dijo que no hiciera mucho ruido, que eso le molestaba. Ella miró fijamente la ventana en silencio, solo veía la intensa lluvia, hasta que su jefe puso una de sus manos sobre la nuca de la adolescente y la obligó a pegar la mejilla a la almohada. Anita cerró los ojos y apretó los labios mientras sentía que desgarraban su uniforme, su ropa interior, y su virginidad.
Ignacio se alejó de ella y mientras subía el cierre de su pantalón Anita se levantó y corrió, corrió hasta salir de la casa, corrió por la calle bajo la lluvia, llegó al callejón y pensó en su familia, que todos dependían de su trabajo, su madre, sus hermanitos, ella misma...
Ahora va en ese auto, Ignacio le pide que no cuente nada, que es un secreto de los dos, ella inexpresiva, mirando hacia adelante, asiente con la cabeza.
Ignacio conduce y apoya su mano sobre la rodilla de Anita, ella sigue inmóvil, mientras sigue repitiendo en su mente: Todos dependen de mí.