sin sentir a renzo
Yamandu se mira al espejo, formalmente vestido y prolijamente peinado observa su rostro endurecido e intenta contener las lágrimas.
Golpean la puerta, voltea ligeramente y la voz de su madre le dice que no demore ya que están llegando tarde.
El joven le responde que se adelanten, que pronto se unirá a ellos.
Abre el botiquín, lo mira en silencio durante varios segundos y lo vuelve a cerrar. Sale del baño, mira a un lado y otro buscando a su familia, no los ve, vuelve a entrar al baño, llena la bañera, vuelve a abrir el botiquín saca una hojilla de afeitar, y espera que el agua desborde y se mete dentro sin quitarse ni la ropa ni el calzado.
Cuando Yamandu tenia ocho años su hermano Renzo lo entrenaba. Le decía que cuando fuera grande como él, que ya tenía catorce, iba a ser un gran boxeador, y esto entusiasmaba mucho al pequeño.
Renzo lo incitaba a pelear, lo tiraba al suelo y comenzaba un juego que de simples roces pasaron a besos incómodos, y terminaron en sumisión.
Aquellos entrenamientos se volvieron cada vez más intensos, más violentos, más sexuales y más frecuentes. Yamandu cumplía doce años, seguía diciendo que quería ser boxeador, y cualquier excusa era buena para estar cerca de su hermano mayor que lo golpeaba, le daba órdenes, lo ataba, lo torturaba, lo penetraba y jamás hablaba de nada de esto fuera de las cuatro paredes del galpón viejo, gris y húmedo donde sus luchas.
Hoy Yamandu tiene veintidós años, Renzo está a punto de casarse. Yamandu que no entiende la vida sin sentir a Renzo sigue en el baño.
Nunca se lo dijo, pero sus únicas experiencias intimas habían sido con él, y ahora no solo se casaba, sino que se iba a ir lejos. El noviazgo de su hermano no había evitado los entrenamientos, pero la boda, y la mudanza eran algo distinto.
El joven mira la hojilla, aprieta los labios, solloza, y con la mano temblorosa acerca la hojilla a su muñeca cuando escucha unos golpecitos en la puerta, y la voz de su madre que le dice: - Yamandu, ¿Cuándo vas a salir del baño? Te estamos esperando para ir a la iglesia