siempre juntos
Eleonora siempre había estado enamorada de Guzmán, sus padres eran amigos y vecinos.
Guzmán era el típico galancito de su época, egocéntrico y engominado.
Eleonora, poco agraciada y con dificultades para expresarse, lloraba horas abrazando su almohada pensando en él. Le dicen «la vieja loca». Toda de negro, camina por la calle siempre cuchicheando a solas, y si alguien le saca conversación, ella habla de Guzmán, como si lo tuviera al lado.
Algunos le tienen miedo, otros lástima, y los más crueles le preguntan por su acompañante, para reírse un rato de la desdichada.
Cuando Eleonora era adolescente, y el acné se había apoderado de su rostro, Guzmán pisaba los veinte.
Para ella, él era como los protagonistas de aquellas novelitas románticas que le regalaba su padre, y ella leía ajustando sus enormes lentes.
Para él, ella era la fea del barrio, y se burlaba de sus sentimientos demostrando un falso interés, y luego ignorándola.
Guzmán era buen amigo de la botella y del cigarro.
Era catorce de febrero, los padres de ambos se reunieron a comer. Guzmán no tenía planes de compartir con ellos. Se metió con unos amigos y con varias bebidas a su dormitorio. Mientras los demás almorzaban, estos se reían a carcajadas y escuchaban música. El padre de Guzmán, molesto, se metió al cuarto y, cuando pensaba echar a los dos acompañantes de su hijo, vio que se estaban dando una golpiza. Guzmán cayó al suelo con el ojo ensangrentado y los otros salieron corriendo.
—Bien merecido te lo tienes. Ya estás grande para estas estupideces —le dijo el papá, y con un portazo lo dejó solo.
Eleonora dejó a los mayores charlando, y fue rumbo a la habitación de su amado, que seguía como lo dejaron.
—¿Estás bien? —preguntó la jovencita con un hilo de voz.
Él se encogió de hombros. Ella fue al baño, buscó alcohol, y como no encontró nada más, fue hacia él, se hizo un nudo en la falda, lo embebió en el alcohol y comenzó a curarlo.
—¿Por qué haces esto? Anda con tus viejos —dijo Guzmán arrastrando las palabras.
Ella lo ignoró y él comenzó a reírse con los ojos entre cerrados. Ella le sonrió. Él le quitó los anteojos y le acercó la boca. Ella le pidió que no volviera a hacerle esas cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó el muchacho.
—Esas que haces para que sufra…
Entonces Guzmán la besó.
Eleonora quedó paralizada. Se tomó la cara con ambas manos y dos gruesas lágrimas le surcaron su pálido rostro. Guzmán se levantó y la tomó de su huesuda cadera, la lanzó sobre la cama, la desvistió casi rompiendo sus ropas y, mientras ella se negaba a abrir los ojos, le hizo el amor dejando su piel impregnada de sudor y whisky.
El padre de Guzmán pensó que la idea de que dejarlo herido y solo era demasiado, así que fue a buscarlo y lo encontró desnudo abrazando la hija de su amigo, que al fin abrió sus ojos miopes y le dio un par de cachetazos torpes a su amante para que despertara, ya que tenía a su padre parado al lado.
—No sé qué hacer contigo —comenzó a gritar el hombre enfurecido.
Guzmán saltó de la cama y comenzó vestirse. Eleonora buscó asustada sus anteojos y, envuelta en la sábana, corrió de la habitación donde se topó de frente con su madre.
—¡Es la hija de mis mejores amigos, es menor de edad y te acabas de acostar con ella a unos pasos de donde estábamos nosotros! ¡¿No te basta con ser un vago mantenido, borracho y fumador, que ahora me sumas este numerito?! —gritaba el papá—. ¿Qué le digo a los padres? ¿Y si te denuncian? ¿Y si queda embarazada? ¡Qué carajos te pasa, Guzmán!
—¿Qué pasó, Eleonora? —preguntó la madre de ella con la voz firme tras tragar saliva.
La chica negó con la cabeza y siguió corriendo mientras el padre de Guzmán lo sacaba a cachetazos de la habitación y lo llevaba hacia la ducha.
Semanas después de ese catorce de febrero, los padres de Guzmán lo obligaron a casarse con Eleonora. Si bien el padre de ella estaba más o menos de acuerdo, la madre decía que era un alcohólico y un inútil, poca cosa para Eleonora, quien estaba feliz por la boda.
Al principio no fue fácil. El siguió tomando, saliendo, alardeando de conquistas y ninguneándola, aunque comenzó a trabajar con su suegro. Pero todo cambió cuando, a pocas horas de nacido, perdieron a su único hijo.
Eleonora, sentada en una camilla, ya sin acné, y no tan delgada como antes, le dijo que lo liberaba. Que a pesar de todo, habían sido cuatro hermosos años solo por tenerlo cerca, pero después de lo del bebé era mejor que se fuera e hiciera la vida que siempre quiso.
Guzmán negó con la cabeza, se sentó a su lado, le tomó la mano, y le dijo que aunque ningún otro niño iba a reemplazar a este, lo iban a superar porque se amaban, y le prometió que estarían siempre juntos.
Lo primero que hizo fue dejar de tomar. Se volvieron muy amigos. Más que esposos eran los mejores amigos.
Tanto tabaco le consumió los pulmones a Guzmán antes de llegar a los cincuenta años.
Ella habla de Guzmán en presente. Prepara la mesa para dos. Es catorce de febrero. Eleonora tiene un poco más sesenta años, pero está tan deteriorada que parecen más. Él le habla siempre, le dice que la ama, que la espera con el niño, que al principio creyó que aquel catorce de febrero fue un error, pero con el tiempo supo que fue el mejor error de su vida.
Ella le cuenta que le dicen la vieja loca, no le creen que él está ahí, pero a ella no le importa. Lo único que quiere es que estén, como él prometió en el hospital, vivos o muertos, pero siempre juntos.