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Entre terracota y bordó

La tormenta, mis lágrimas, la bronca tras descubrir tantas mentiras e infidelidades de Carlos, horas y
horas trabajando en la oficina y una migraña que me estaba enloqueciendo hicieron que no parara de

conducir a pesar de la hora.
Alguna que otra pastilla para calmar mis nervios con la poca cerveza caliente y espantosa que me ayudó
a pasarlas por mi garganta, hicieron que no parara de conducir por la carretera, el celular sonaba a cada

rato, lo miraba y lo volvía a abandonar sobre el asiento vacío del acompañante.
El coche se detuvo, al principio no entendía la razón e intentaba que arrancara, pero luego vi que ya no
quedaba una gota de combustible.
Los truenos y la intensa lluvia no impidieron que bajara del coche, caminé sin rumbo fijo, ni siquiera
pensaba lo que hacía, pero divisé una especie de cabaña, vi un coche tapado por una lona oscura y
pensé que quizá podrían ayudarme con algo de gasolina, aunque no tenía idea de a donde estaba yendo.
Golpeé la puerta varias veces, al no recibir respuesta volteé para irme cuando escuché el sonido de la
antigua puerta abriéndose, que a pesar de la tormenta se distinguía claramente y tras esta una voz
masculina
-Hola
-Disculpe venía por la carretera y se me quedó el auto- dije volviéndome hacia él, mi respiración se
entrecortó y olvidé por un instante el frío y el agua que me abrazaban desde que salí de casa.
-Pase- exclamó, su mirada penetrante y oscura se clavo en cada centímetro de mi cuerpo, escuché
claramente cuando la puerta se cerró, nunca había visto a un hombre o a algún ser humano tan bello,
ni siquiera en revistas o televisión.
Los muebles rústicos llamaron mi atención, por un momento me perdí pensando en los proyectos de
poner una mueblería con Carlos, y agrandar su carpintería, pero la voz de aquel interesante anfitrión
me devolvió a la realidad
-Sírvase, debe estar congelada, deje el abrigo donde quiera- colocó sobre la mesa una taza humeante,
me quité el abrigo y se lo di, 

él lo lanzó sobre una silla, nunca dejaba de mirarme fijamente, esto me
intimidó y mis ojos bajaron por su cuello y pecho hasta encontrarse con unas manos afiladas y muy
cuidadas, uñas largas y pintadas de negro, el mismo color de toda su ropa y el delineado de sus ojos que
parecía extrañamente natural.
Me sentí avergonzada de mis uñas comidas y con restos de esmalte rosa, quise esconderlas, pero me
señaló la taza y luego de sentarme tuve que usar mis manos para tomarla.
Las paredes tenían unos cuadros que me dejaron muy curiosa, parecían pintados al oleo, eran personas
con la boca abierta, otros llorando, también algunos con las manos hacia adelante como queriendo
detener algo, o empujarlo y otros pocos casi iguales, pero con puños cerrados, todos de la altura de los
codos hacia arriba.

-¿Le gusta el arte?- agregó sentándose a mi lado, asentí con la cabeza y me golpeó el rostro el delicioso
aroma que emanaba de la taza -soy, entre otras cosas, pintor.
-¡Que lindo! Entonces son suyos
-Todos son mi creación
Bebí aquel delicioso néctar, no era té, tampoco café, era la bebida caliente más exquisita que probé en
mis veintisiete años de vida.
-¿Qué es esto?- le pregunté señalando mi taza ya vacía. Él se levantó se fue y volvió casi de inmediato,
trajo el caballete y comenzó a hacer unos trazos, estos eran muy similares a la oscura pared entre
terracota y bordó del fondo de todos sus cuadros. Volvió su oscura mirada a mis ojos y esbozó una
pequeña sonrisa
-Ese es el sabor de la eterna juventud- respondió, yo pensé que era una broma, y reí, pero él no.
Encendió una vela ancha y roja junto al caballete, susurró unas palabras y todo desapareció ante mi, lo
único que vi fue una habitación entre terracota y bordó, muy pequeña y vacía, luego una luz en forma
de rectángulo, corrí hacia ella y me quedé pegada a una especie de ventana, quise gritar, pero mi voz no
salía de mi, fue entonces que comprendí porque los jóvenes en los cuadros se veían de ese modo.
No se qué es, ni que me hizo, solo sé que lo único que puedo hacer aquí es pensar y pensar, verlo sin
que nada cambie en su aspecto a través de la ventana rectangular y deambular en mi pequeño espacio
entre terracota y bordó.

Un verdadero hogar

Hoy cumplo setenta años, hace cuarenta que vivo en este, mi verdadero hogar.
Alba me regala mi postre favorito, nuestros hijos están aquí desde temprano con las nueras y los
nietos. Todo es tan perfecto como lo había soñado hace más de cuarenta años.
Fue el día de mi cumpleaños, veníamos mi hermano, su esposa y yo escapando de la inminente
llegada de la guerra civil. España era un verdadero desastre y nuestras ideas políticas ya eran muy
populares para ocultarlas en caso de desear hacerlo.
Tomamos un barco rumbo a América, la idea era llegar a Argentina, pero el barco se hundió, no se
exactamente que pasó, recuerdo que algo explotó y cuando desperté mi cuñada estaba a mi lado
inconsciente, del resto de la tripulación no supe más, ni siquiera de mi hermano.
Unos isleños nos encontraron, a Alba le costó tres días despertar, los cuales dediqué a averiguar
que había pasado con los demás, pero como dije antes, no hubo éxito.
Cuando ella despertó no recordaba quien era, de donde venía, ni que se llamaba Alba. El médco de
la isla nos dijo que eso de no recordar podría ser temporal o permanente, y yo aproveché esa
oportunidad para decirle a quien había sido siempre, a demás de mi cuñada, el amor de mi vida, que
veníamos de España huyendo de la guerra, en el camino tuvimos un accidente, algo explotó y
despertamos allí, íbamos solos los dos, con algunos desconocidos, rumbo a Buenos Aires, pero nunca
llegamos, que estábamos casados hacía poco más de un año y que iba a ayudarla a recordar.
Pasaron cuarenta y tres años, tenemos tres hijos y ocho nietos. Celebro mi cumpleaños número
setenta, ella sigue siendo el amor de mi vida, a veces me pregunto que pasó con mi hermano, si
murió en esa ocasión o nos siguió buscando, si Alba realmente nunca recobró la memoria o
simplemente no me dice nada porque también siente a la isla como su verdadero hogar.

Libreta azul

Marcela despertó sentada y atada. Movió sus muñecas lo más que pudo para liberarse, pero todo esfuerzo fue inútil.

Gritó con todas sus fuerzas, pero aquella habitación parecía vacía y aislada. No sabía a quién llamar, por quien gritar, ni por qué razón podría estar ahí.

Mirando para todas partes sus ojos llegaron a una libreta azul sobre una vieja mesa.

Hacía tres semanas que su alumno más responsable no asistía a clases. Ella miraba su banco extrañada y al tratarse de un chico de diecisiete años sentía que no podía andar preguntando donde estaría, quizá alguna razón lo habría hecho dejar de estudiar, o por lo menos en ese liceo.

Extrañaba algo que él siempre hacía, dejarle algún bombón, o alguna flor.

Marcela se muerde los labios, se le caen las lágrimas y sollozando grita:

-¡Leonardo!- No recibe respuesta.

Ella lo sabe, es que reconoce esa libreta azul, y sabiendo que él siempre tuvo una extraña obsesión por ella, piensa que tres semanas sin verlo podría ser tiempo suficiente para que planeara algo que la tuviera siempre cerca.

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