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La vieja loca

Se llama Eugenia, pero en el barrio nadie lo sabe, para todos siempre fue la vieja loca.
Su casa se ve deteriorada, y el pasto muy crecido.
Dicen que vive de una herencia que le dejaron sus padres, que tiene negocios ilegales, que es un vampiro, que es una bruja, que la mantiene algún familiar que no conocemos, y que esto, y que aquello y que lo otro… lo que sí se sabe es que ella no sale más allá del portón oxidado.
Lo cierto es que la vieja loca no es tan vieja, ni está tan loca.
Cuando tenía once años Eugenia era una niña muy alegre, no era de las mejores estudiantes, pero si muy sociable y amistosa.
En esos años la casa siempre tenía el olor al bizcochuelo o al pan casero que hacia su mamá.
El jardín era digno de envidia, y el césped siempre impecable.
Ese otoño, cuando a Eugenia faltaban unas pocas semanas para cumplir doce años, llegó un huésped a la casa, su primo Mario, venía a estudiar algo a la universidad, Eugenia nunca puede recordar que carrera era, lo que si no olvida es que Mario se quedaría un tiempo con ella y sus padres hasta que consiguiera algún lugar donde hospedarse.
Eugenia aprendió una lección inolvidable ese año, aprendió a guardar secretos.
Mario comenzó pidiéndole que se quedara mientras estudiaba. La niña se sentaba sobre la cama y lo veía leer un rato, luego él la acompañaba y hablaba con ella, siempre pidiendo que guardara el secreto. Le contaba de su pueblo, de sus experiencias como estudiante, le enseñaba a jugar a las cartas, le traía golosinas, y para Eugenia era un juego divertido.
Con los días las cosas cambiaron paulatinamente. Mientras hablaban le tocaba las piernas, las rodillas, le pedía que se quitara las medias y los zapatos, que era porque ensuciaría la cama. Luego comenzó a acariciarle el cabello y a peinarla, hasta que un día le pasó la lengua por el cuello y eso hizo que ella se asustara y quisiera irse. Mario la convenció de que no era nada, que se quedara tranquila y que mañana le traería algo lindo.
Mario siempre cumplía sus promesas, y le trajo un vestido. Eugenia se lo probó y lo vio muy bonito, pero le molestaba un poco tener que tironear de los lados ya que era demasiado corto para lo que ella acostumbraba. Le pidió que también ese detalle fuera un secreto.
Faltaban dos días para que ella cumpliera los doce. Ella le pregunto si era por su cumpleaños, el le dijo que no, que era porque se lo debía. Eso la alegró mucho porque pensó en tener otro regalo cuando llegara el día.
Mario le dijo que le acomodaría el vestido y comenzó a subirlo, puso sus manos dentro de este y las subió hasta llegar a sus pechos, aun inexistentes, y los apretó. Eugenia inmóvil solo lo observaba cerrar los ojos, y respirar agitado mientras sentía como la apretaban.
No digas nada, no te voy a hacer nada malo. Dijo Mario. Ella negó con la cabeza y él la soltó, con una mano le mantuvo subido el vestido y a la otra la metió dentro de su pantalón. Eugenia siguió inmóvil mientras lo veía mirarla fijamente con la boca entre abierta y moviendo la segunda mano.
Cuando todo terminó ella corrió a su cuarto y se quedó igual de quieta e inexpresiva.
Al día siguiente Mario la fue a buscar porque ella no quiso ir, como lo hacia siempre. Le pidió disculpas y le dijo que cuando se hiciera la media noche le daría su regalo. A Eugenia le costó un rato largo, pero luego fue.
Jugaron a las cartas, le contó de sus compañeros de estudio, y llegada la hora le entregó el regalo. Un collar y una pulsera. Ella de inmediato las probó y se paró frente a un largo espejo que se hallaba junto a la puerta.
Mario se paró detrás de ella, se bajó el cierre del jean, y le recorrió detrás de la oreja y el cuello con el dedo. Eugenia le dijo rápidamente que le agradecía mucho el regalo pero que tenia sueño e intentó salirse. Él quiso volver a convencerla y ella comenzó a subir la voz. Él le pedía que guardara silencio, que se calmara, que solo eran unos minutos, pero el padre de Eugenia que escuchó el escándalo se levantó y golpeó la puerta. Mario apretó el diminuto cuerpo de Eugenia contra el suyo, la tapó la boca, y dijo que no pasaba nada, pero ella lo mordió y llamó a su padre que pudo abrir la puerta rompiéndola, y luego de ver la escena de la niña intentando salirse y su sobrino con los pantalones bajos se lanzó sobre él y lo subió unos cinco centímetros del suelo tomándolo del cuello.
Eugenia corrió llorando con la intención de encerrarse en su dormitorio, pero chocó contra su mamá que entraba a ver que estaba sucediendo.
La tensión, que ya era grande, aumentó en el lugar cuando la madre de Eugenia le gritó a su marido que lo soltara, y después de mucha insistencia de su mujer lo hizo, y fue cuando notó lo que ella la había visto, Mario no estaba respirando.
Mientras Eugenia lloraba con ambas manos en la cabeza apoyada contra el espejo, sus padres intentaban revivir a Mario, pero no lo lograron.
La madre le pidió a ella que se encerrara en su habitación y no saliera hasta que Mario se curara. Ella le hizo caso, y miró por la ventana mientras su papá caminaba de un lado al otro y movía fuerte los brazos y las manos.
Su madre más calma le traía objetos, una pala, una bolsa, él se negaba, ella lo tomaba del brazo y Eugenia decidió salir y decirle que ella sabía que no había nadie a quien curar, y que iba a ayudar porque ella era la razón del problema.
Entre los tres enterraron al cuerpo de Mario. Cuando su tío llamó le dijeron que hacía semanas no vivía allí que se había ido con unos compañeros de la universidad. La madre de Eugenia hasta ayudó a pegar pancartas y denunciar la desaparición, pero el padre no pudo con la culpa y entre el alcohol y las píldoras no llegó a ver a su hija cumplir trece.
Se quedaron las dos solas en la casa con Mario.
Con los años quedó solamente Eugenia viviendo de la herencia de sus padres, sin salir de allí, sin darle importancia a que le digan la vieja loca, sin atreverse nunca a tener algún tipo de relación amorosa después de aquella experiencia, y sin dejar en toda su vida que alguien descubriera en el patio su más grande secreto, ubicado debajo de altos pastos, humedad y silencio.

EL CINTURON

Alondra sirve el desayuno, Jaime, su marido, lee el periódico, mientras su hija se queja de que va a llegar tarde a su clase de ballet.

-¡Que increíble como está este mundo!

-¿Qué pasa cielo?

-¿Recuerdas al doctor Contreras?- pregunta Jaime enseñando una foto publicada, Alondra niega con la cabeza mordiendo una tostada, él sigue -me imaginé, es el que nos ayudó con la venta de la casa de tus padres, con el caso de los ocupas, fue hace años, bueno está desaparecido, seguramente algún criminal que se tomó venganza pobre hombre

-¡No llego!, me llevo estas para el camino- dice la adolescente tomando tres tostadas y poniéndolas en su bolso tras tomar de un trago la taza de café

Jaime le reclama, la chica lo ignora y se va, él dejando la noticia sobre la mesa besa a Alondra ligeramente en los labios y le dice que va a dormir quejándose, como cada mañana, de trabajar en la noche. Ella ve la foto y pasa suavemente su mano por encima de esta respirando hondo.

Cinco años antes de ese desayuno Alondra heredaba una vieja y desvencijada casa con un grupo de personas ocupándola, Jaime tras buscar por varios días encontró a Contreras, un abogado que se especializaba en casos como ese y en poco tiempo logró resolverlo.

A raíz de esto Alondra tuvo el gesto de hornear una tarta y llevarla a su despacho.

-Gracias, me encanta, pero va a tener que quedarse a comerla conmigo porque si la llevo a casa va a ser un problema

-¿Su mujer es muy celosa?, pero le puede explicar que yo estoy casada

-No, no es eso, ella es dietética, no puede comer esto y la va atentar, quédese así no la como solo, es mucho para mi, y me encanta lo dulce

Esa tarta fue el principio de una amistad, para Jaime después del caso no habían sabido nada de Contreras, pero Alondra mantenía largas conversaciones por WhatsApp con él y aveces le llevaba algún postre o tarta y pasaban horas juntos hablando y riendo, pocas semanas después las inocentes conversaciones sobre azúcar, postres, casas ocupadas y sus respectivos matrimonios fueron transformándose en charlas más intensas,y morbosas, una merienda después Alondra estaba en un hotel citándose con el abogado y así fue durante años, conversaciones borradas, citas a escondidas, y por sobre todo muchos secretos.

Alondra descubrió un mundo diferente, Contreras la encadenaba a la cama, le vendaba los ojos, probaba diferentes juguetes sexuales, otras veces ella lo golpeaba, lo amordazaba, en ocasiones le mojaba con cera de velas en zonas erógenas y luego las despegaba, la ropa de cuero, las esposas, sogas y cadenas se habían vuelto el pan de cada día de su relación.

En su casa Contreras se las arreglaba para ocultar alguna que otra cicatriz y seguir su vida monótona y pacífica al lado de su mujer mientras que Alondra fomentaba la danza de su hija y se mostraba como una tierna y abnegada esposa para Jaime.

La noche del 28 de abril Jaime fue a trabajar, Alondra vio a su hija dormida, salió,tomó un taxi y se fue a verse con el abogado.

Al entrar al hotel lo vio esperándola, descalzo, con una cinta tapando su boca, vistiendo solo un pantalón de cuero negro, y un cinturón en la mano. El intenso rock gótico hacía cimbrar las paredes. Ella sabía lo que eso significaba, había pasado muchas veces, se sacó el tapado dejando ver su vestido negro y las botas que él le había regalado, fue hacia su amante tomó el cinturón, golpeó con este el suelo, le preguntó si había sido un chico muy malo, le ató las muñecas, y él no paraba de afirmar con la cabeza, entonces se sentó sobre las piernas de Contreras, tras un cachetazo le envolvió el cuello con el cinturón que sostuvo con la mano derecha, bajó el cierre del pantalón de él con la izquierda y comenzó a tocarlo mientras le apretaba el cuello, luego movió su

ropa interior y le hizo el amor salvajemente mientras seguía ahorcándolo, al principio fueron gemidos, después pedidos de auxilio, pero eso era algo normal entre ellos, la excitación del momento, la boca tapada de Contreras y la música sonando de fondo hicieron que Alondra no se diera cuenta que él intentaba decir “casa” lo que era su palabra de seguridad, al terminar lo miró sonriendo, pero esa expresión se transformó al notar lo que parecía haber sucedido, quiso hacerlo reaccionar, caminó por la habitación,intentó respiración boca a boca, lo tiró al suelo y con ambas manos trató de reavivar su corazón, gritó, se agarró del cabello, le golpeó la cara varias veces pero no pudo hacer que despertara.

Miró el teléfono pensando que no tenía a quien llamar, entonces buscó el de él, se borró de los contactos e hizo lo mismo con las conversaciones que habían mantenido antes del encuentro. Buscó entre sus cosas y halló las llaves del auto fue al garaje del hotel miró hacia todos lados, viéndose sola arrastró a Contreras y lo sentó a su lado, condujo mientras pensaba que hacer y lloraba. Salió hacia las afueras y recordó a Norman Bates, fue hacia un lago, bajó del coche, puso a Contreras al volante y empujó el auto encendido hasta que se hundió en el agua, caminó por la carretera despeinada, con el maquillaje corrido y unos tacos que le lastimaban los pies, unos quince minutos después logró conseguir un taxi y volvió a su casa, se bañó llorando a gritos y se metió en la cama.

Ahora toma el periódico lo rompe y lo lanza a la papelera, Jaime bostezando y en pijamas vuelve a al comedor

-¿Que haces cielo?¿No ibas a la cama?

-No puedo dormir, me enganche viendo la tele y ahora me dio sed - se sirve un vaso de agua mientras Alondra ordena la cocina, lo bebe, lo lava, y sale de la habitación diciendo

-Ah amor, ¿viste el caso de Contreras? Dicen en la tele que lo encontraron, bueno al cuerpo en un lago estaba dentro del auto con un cinturón al rededor del cuello, Que raro ¿no crees?, bueno voy a ver si puedo dormir un poco.

Alondra con ambas manos apoyadas a los lados de la mesada abre los ojos de par en par y se le separan los labios mientras inhala con fuerza viendo el agua del grifo salir..

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