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Un grito
 

Samuel despierta, va a la cocina y ve cómo Clementina, su mujer, prepara el desayuno. Lo sirve y cuando él va a sentarse, su hija se sienta en esa silla que él pretendía ocupar antes que él logre hacerlo. Se queja y le habla con ironía, pero la chica comienza a comer en silencio.

Enojado va al baño y ve que su hijo mayor sin siquiera saludarlo se desnuda y comienza a ducharse. Samuel enfurecido le reclama que él había llegado primero. El joven termina su ducha, se viste, se peina y sin hacerle caso, se va tras besarle la mejilla a Clementina.

La hija uniformada va a estudiar. Su mujer ordena la cocina. Samuel se acerca, le habla, le pide que lo perdone, no recuerda por qué pueden estar enojados con él, pero sabe que es muy despistado, hace un esfuerzo por saber en qué momento hizo algo para ser ignorado de ese modo.

Su mujer toma el teléfono, manda un mensaje, sonríe y corre al baño; se arregla el cabello, se maquilla, Samuel la sigue y continúa preguntándole qué debe hacer para tener su atención.

Ve entrar a Jorge, su hermano. Clementina lo saluda y este le sonríe. Él intenta abrazarlo, pero Jorge sigue caminando.

—Hola Clementina estás hermosa —dice Jorge, y la besa.

Ella se quita la blusa y continúa besándolo, le desprende la camisa y caen sobre el sofá.

—¡Jorge, qué carajos haces! — grita Samuel, que intenta tomarlo de los hombros con la intención de golpearlo, pero le resulta demasiado pesado

—¿Escuchaste un grito? — pregunta Jorge mirando hacia un costado

—No cielo, debe haber sido en la calle

—Estoy loco, parecía la voz de mi hermano.

—No pienses en eso, mi amor. Donde él esté, sabe todo lo que hiciste por la familia desde que nos dejó. Seguro está feliz, incluso por lo nuestro— comenta ella. Le toma la barbilla y lo vuelve a besar, mientras Samuel sigue gritando. 

ESE RUIDO

Ese ruido cada mañana cuando despierto me hace pensar que Sergio no es normal, o por lo menos no es un hombre común.
Nuestra relación siempre ha sido muy bonita, nos conocimos en la universidad y llevamos
más de diez años juntos en una armonía difícil de explicar.
Me gusta ver como se ata el nudo de la corbata cada mañana, sus chistes en el desayuno, y
sus quejas leyendo el diario.
Me encanta compartir mi tiempo con él, pero ese ruido me llena de dudas.
Anoche le pregunté por ese ruido, me sonrió amablemente y no recibí respuestas.
Hoy a la mañana, antes de que saliera a trabajar le volví a preguntar, pero solo suspiró
frente al espejo y me ignoró.
Cuando vamos a dormir siempre escribe algo en su computadora, yo nunca puedo verlo, he
intentado leerlo, pero la apaga antes, o me olvido de lo que leí.
Le he preguntado muchas veces si soy una buena esposa, me dice que soy única, la mejor, y
que me adora, por un lado, eso me deja satisfecha, pero por otro comienzo a dudar.
Despierto, son las ocho de la mañana, ese ruido de nuevo. Él dejó la pantalla encendida, leo
que ha escrito en una pantalla azul con letras amarillas.
?Esposa Carla2.8.0.6: Programando aceptar salida de fin de semana con entusiasmo,
borrando recuerdo y posibilidad de volver a oír el sonido del botón de encendido?
Sergio camina hacia mí, cierra la laptop evitando que siga leyendo, me acaricia el cabello,
besa mis labios, me da los buenos días sonriendo, me dice que el fin de semana iremos al
campo, me alegro, de un salto dejo la cama y saco una valija del ropero. Comienzo a
empacar, él ríe mientras observa mis movimientos, y yo le consulto sobre que ropa es la
más adecuada para llevar.
Carla, me dice Sergio, y agrega. ¿Aún escuchas algo que llama tu atención al despertar?
Por un instante me siento confundida, niego con la cabeza, ¿Algo raro?, le pregunto sin
saber de lo que habla, él se encoje de hombros, me pide que no le haga caso y yo me siento
feliz mientras sigo empacando.

Cuando la señora Lourdes se despide del señor Alfredo yo me detengo un segundo y observo ese delicado
y rápido beso antes de que él vaya a la oficina.
Cada día ella espera a la joven que cuida a los mellizos, esta llega y los lleva a la escuela, yo sigo entre el
mantenimiento del jardín para lo que me contrataron, y con el de la casa para lo que se dieron cuenta que
también servía despupes.
Los días siete de cada mes los disfruto como su fueran el último día feliz de toda mi vida, y yo lo supiera.
Lourdes sentada en el despacho de Alfredo busca en los cajones mientras sostiene el bolígrafo con sus
labios siempre pintados de rojo, disfruto cada movimiento, cruza, descruza la pierna, sonríe y a veces
balbucea sin sacar el objeto que cruza por sus labios.
Cuando al fin encuentra los chques y retira la lapicera de su boca, los firma y su escote se mueve, adoro
el momento en que pronuncia mi nombre y me entrega el cheque
-Fíjese si está todo bien Santiago, no sea cosa que tengamos problemas después- Comenta con su blanca y
perfecta sonrisa y es el momento perfeto en que me clava su mirada color café- Le agradezcom en retiro y
espero al siguiente mes.
Es siete de octubre, voy al despacho, Alfredo ya se fue hace un par de horas, los niños deben estar en viaje
rumbo al colegio con Karina, la flaquita que los cuida siempre, y la señora Lourdes me llama.
Sus hermosos ojs marrones penetran mi verde, la saludo con la voz temblorosa, esta vez ella ya tiene el
cheque firmado sobre la mesa.
Su voz algo grave y baja dice la frase de todos los meses, yo vuelvo a adorar el instante en que dice
Santiago.
Se levanta camina hacia mi y le abre un botón a la parte mas cercana a su escote, puedo ver que no trae
corpiño, aunque es algo que ya sabía, nunca lo lleva.
Sube su pierna y apoya su tacón negro sobre la silla que aún no ocupo, su falda marrón se sube un poco y
puedo adivinar que después de las medias trasnaprentes no hay obstaculos, mi respiración se entre corta,
me desespera la idea de tomarla por la cintura y pegarla a mi cuerpo, hace tres años que la deseo.
Toma el bolígrafo y juega con él entre sus dientes mientras pregunta si está todo bien, y agrega que no
quiere tener problemas, como lo hace cada mes. Pretendo responderle, pero no miro el cheque, Lourdes
toma mi mano la coloca sobre su muslo y vuelve apreguntar si todo está bien, acaricio su pierna y voy
subiendo hasta que al fin estoy dentro de su falda, donde siempre quiero estar, acerca sus labios rojos a mi
boca y mientras su aliento me va quemando y mi mano va llegando a donde más quiero llegar, ella repite
mi nombre, vuelve a decir Santiago, una vez, otra vez, y a la tercera la miro y arqueo la cejas, trago saliva
y respiro hondo.
-En serio muchacho fíjese que este todo bien, porque después Alfredo me reclama, ¿ Se siente bien
Santiago?- Me pregunta sentada con los codos apoyados sobre el escritorio y los cheques frente a mi.
Yo afirmo con la cabeza le agradezco , salgo y pienso en que llegue el siete de noviembre para tenerla
cerca e imaginar un poco más, si da el tiempo la próxima vez.

Cada siete de cada mes





























 

El cuarto de las muñecas




























 

Cuando heredé la casa de mi tío Felipe me sentí muy agradecida, ya que veía muy lejana la

idea de poder al fin tener casa propia.

Me mudé de inmediato, su abogado me hizo firmar algunos papeles y me dijo que había una

cláusula importante: podía redecorar, llevar a quien quisiera a vivir conmigo, hacer lo que quisiera,

pero no debía tocar jamás el cuarto de las muñecas. Me dio un sobre y me pidió que leyera

detenidamente el contenido. Yo respondí que lo haría y corrí a ver al famoso cuarto. Había una casa

de muñecas, pequeños platillos por todos lados, y alrededor de cincuenta muñecas, todas muy

limpias, peinadas, como nuevas; incluso el aroma a perfume era hermoso. Algunas colgaban de la

pared, otras estaban sentadas en el sofá o sobre la alfombra, y unas pocas entre los libros de la

biblioteca. En esa biblioteca apoyé el sobre y, tras observar que los libros eran en su totalidad

infantiles, pensé en lo excéntrico que debería haber sido mi tío. Se me pasó la peor idea por la

mente, pero quise dejar de pensar mal de un hombre que a pesar de su discapacidad nunca pidió

ayuda.

Llamé a Nicolás para mostrarle mi nuevo hogar: estaba maravillado, incluso me dijo que

ahora teniendo casa podríamos fijar la fecha de nuestra boda, Le conté del cuarto y quiso ir a verlo.

Parado en la puerta, inmóvil, cruzando sus brazos, recorrió cada rincón con la mirada.

―Esto es raro, Maite.

―Un hombre adulto rodeado de muñecas. Prefiero creer que tenía un pasatiempo.

―No, es raro el ambiente. No me siento como en el resto de la casa, amor. Es como si este lugar

fuera más frío. A pesar del perfume y lo colorido, es tétrico.

―Son solo muñecas. Quizá con el tiempo las vendamos a coleccionistas.

―¿Que decía la carta, amor?

―No la leí.

Salimos del cuarto de las muñecas y Nicolás llamó a un delivery. Cenamos una pizza, vimos

una película, y le pedí que se quedara a dormir. Despertamos en la madrugada porque ambos

oíamos a un niño pequeño llorar. Lloraba con tal desesperación que nos angustió. Como no

conocíamos el barrio imaginamos que sería el hijo de algún vecino.

Cuando logré dormir, Nicolás me despertó jurando que escuchó pasos que iban a la cocina.

Ambos fuimos a ver y, si bien estaba vacío el lugar, un mueble tenía las puertas abiertas. Yo escuché

claramente que una voz infantil dijo mi nombre y salté a los brazos de Nicolás, que aseguró haber

escuchado lo mismo.

«¿Dónde está la carta que te dejó Felipe?», preguntó mi novio. Le dije que en la biblioteca del

cuarto de las muñecas. Entonces, tomó mi mano y me llevó casi corriendo al lugar. «Hay que

leerla», agregó. Fuimos a la biblioteca, tomé la carta y me senté en el sofá. Nicolás hizo lo mismo.

Comencé a leer la carta en voz alta:

«Querida Maite:

Cuando leas estas palabras significará que al fin dejé este mundo. Eres mi única heredera, por ello

quise dejar claro que deseaba que fueras dueña de todo lo que tuve, pero necesito que cuides de mi

mayor tesoro: el cuarto de las muñecas.

Cuando tuve el accidente, lo único que rondaba mi cabeza era por qué yo seguí mi vida pero tu tía

Irene y tu prima Noelia, no. Perder la capacidad de mover mis piernas fue poco castigo para el error

tan inmenso de dormirme conduciendo en plena carretera. Busqué ayuda espiritual por todas partes,

pero nada servía. Hasta que conocí a Ethel, ella había perdido a su hija, la cual se había confundido

por su edad y en lugar de irse al otro mundo con los demás espíritus se pegó a su muñeca favorita.

Entonces fue cuando busqué la muñeca favorita de Noelia, le pedí cada noche que me mostrara que

estaba ahí; hasta que sucedió. Me habló; no movía la boca, pero era su voz. Ethel enfermó y me dio

a la muñeca de su hija. Luego Noelia comenzó a pedirme que ayudara a otros niños. Comencé a

comprar muñecas. Noelia me decía lo que querían: que les leyera cuentos, que les diera golosinas,

que jugara con ellos… pero ahora sin mí, ¿quién mejor que su prima para ayudarla a ella y a sus

amigos? Gracias sobrina querida.

Con amor, tu tío Felipe».

La carta cayó de mis manos. Nicolás abrió la boca con la intención de decirme algo al respecto

cuando una sonora voz infantil interrumpió: «¡Maite!»

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