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El tango pasional

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Ilustación por Enzo Salvatierra (Bs As Argentina marzo 1989)

Ya está todo listo para el gran día.

Después de tantos años intentándolo, lo logré. Me siento feliz, complacida y quiero que lo sepan todos. Por eso preparo esta cena.

 

Cuando me casé con Pablo él era viudo. Su nena, Abigail, tenía tan solo trece años. Siempre fue tranquila, cariñosa y apegada a mí, como si fuera realmente su madre. Quizá porque yo tenía solamente veinte años.

 

A Pablo lo conocí en el bar donde trabajé como mesera. Él es el dueño.

Nuestra relación siempre fue muy tranquila. Dejé de trabajar en el bar para ayudar a administrarlo desde casa. Nos casamos, y Abigail se convirtió en la hija que no he tenido.

Diez años después. Seguía haciéndome sentir bien, segura, y en paz. No solo era mi primer esposo, sino también mi primer amante. Lo hacíamos dos veces por semana, siempre a la noche cuando él llegaba del bar.

Era como una especie de rito. Martes y jueves nuestros encuentros sexuales rigurosos, y que parecían fotocopiados.

Llegaba, yo lo esperaba, me besaba de una forma muy tierna y me llevaba a la cama de la mano. Era silencioso, y yo siempre iba debajo de él.

Mi vida estaba bien. Era normal. Como la de cualquier otra mujer casada de mi edad, o así lo veía yo, pero pasó algo que lo cambio todo.

Abigail trajo a su primer novio a casa. Fue un acontecimiento increíble. Todos pensábamos que eso no pasaría nunca, ya tenía veintitrés años, nunca fue linda, a demás de tímida, y siempre encerrada en sus libros.

Aquel domingo a la tarde, cuando Alex llegó, encantó a Pablo y se convirtió en su amigo de inmediato.

 

Comenzamos a salir los cuatro para todas partes. Éramos un grupo inseparable.

Íbamos a cenar juntos, de compras, de camping, no parábamos

A Pablo se le ocurrió hacer algo diferente un sábado a la noche.

Vamos a una tanguería –dijo enérgico y sonriente. Y fuimos.

Llegamos, elegimos una mesa y salimos a bailar, en mitad de la noche Pablo comentó que nunca había bailado con su hija, así que intercambiamos parejas.

Sonaba el tango pasional, la voz del cantante era casi idéntica a la de Falcón, y aquel ambiente te llevaba a otra época.

El cuerpo de Alex que se pegaba al mío, me llevaba maravillosamente, no sabía que bailaba tan bien.

El lugar a media luz. Las mesas con manteles rojos. En el escenario, el joven cantante de traje negro y los músicos a su alrededor.

Cuando Pablo y Abigail se alejaban bailando, Alex me miraba fijamente, luego acercaba su boca a mi oído y me cantaba: “Tus labios que queman, tus besos que embriagan, y que torturan mi razón”

No quería mirarlo a los ojos, pero los suyos me buscaban. Y cuando yo no lograba evitarlo, me sonreía .Sus labios finos, sus dientes perfectos, el cabello oscuro y lacio que se movía con cada paso.

Una sensación oprimía mi pecho, una que nunca había tenido antes, y me dominaba, mis manos temblorosas, mi respiración se entrecortaba. Hasta que al fin terminó la canción.

Fuimos a la mesa, pedimos un vino, brindamos. Abigail miraba para todos lados observando el salón, siempre distraída.

Pablo bebía, y movía la mano al ritmo del tango que sonaba, ni recuerdo cual.

 

Alex aprovechaba la distracción de los otros para lanzarme unas miradas cómplices y atrevidas, yo intentaba no corresponder.

Al volver a la casa mi marido había tomado mucho, corrió al segundo piso a tirarse en la cama donde se desplomó. Abigail se despidió de su novio, también subió y fue a dormir. Yo me quede abajo, fui a la cocina por agua y me apoyé de espaldas a la heladera. Aquel momento vivía en mi mente. En mi interior, el tango pasional no había terminado en mi cabeza.

Tocaron la puerta, y abrí. -No toqué el timbre, pensé que los demás estarían durmiendo, disculpe dejé las llaves del auto aquí. - me dijo Alex y entró.

Fue hacia el sofá y las tomó. Me resultó un poco extraño que las encontrara tan rápido. Hasta hoy pienso que las dejo a propósito.

Cuando iba a salir volvió hacia mí, me miró fijo a los ojos y me besó violentamente, me empujó apoyándome contra la pared, y yo solo me deje llevar, honestamente deseaba que lo hiciera.

Juntando mi cuerpo al suyo me levantó, mis piernas como si actuaran por si solas, enredaron su cintura, y me llevó hacia el sofá donde nos dejamos caer.

Nunca había tenido una experiencia así. Tan salvaje, tan fuerte. Me sentía dominada por la pasión. Por primera vez en mi vida tuvieron que taparme la boca, para que mis gemidos no despertaran a los demás.

Lo más raro era que en mi mente seguía aquel tango.

No había probado antes nada igual. Necesitaba pegar a aquel hombre a mí, sentir su sudor, y su respiración como si no existiera nada más, hasta explotar en sus brazos.

Se apartó de mi un momento y me volvió a tomar de la cintura sentándome sobre él, y aunque no había hecho esto jamás, parecía que mi cuerpo sabía exactamente como moverse. Observar la expresión de su rostro y sentir su agitada respiración, me hizo volver a estallar. Apreté mis labios para callarlos, quedando después rendida, cansada y satisfecha, como no imaginé que podría estarlo en toda mi vida.

Me excitaba la experiencia de tener miedo de que nos encontraran.

 

Después de aquella noche pasaron semanas.

 

La amistad entre los cuatro siguió su curso. El novio de mi hijastra y yo, No volvimos a hacer el amor. Yo me sentía un poco culpable y él entendió mis evasivas.

Hoy. Hago una cena especial. Vienen mis suegros y mis padres. Estarán Alex y Abigail. Pablo no sabe, pero le tengo una sorpresa increíble. Algo que estoy segura, ni imagina, de lo que nunca hablamos, pero pienso que lo hará tan feliz como a mí.

Vienen todos. Pongo la mesa, se sientan y llega al fin la hora de decirlo. Estoy muy emocionada. Me cuesta hablar, y con los ojos húmedos lo digo:

Familia, los reuní aquí para contarles que al fin, luego de tantos años voy a ser mamá.

Todos aplauden y me felicitan. Estoy muy contenta.

Pablo levanta una copa y chista pidiendo silencio, camina hacia mí, me abraza con fuerza, quizá demasiada para mi gusto, y con una enorme sonrisa me mira a los ojos diciendo: – felicidades amor, solo quería contarte que cuando Abigail tenía nueve años, yo me hice una vasectomía.

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