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el mundo de carolina

 

Carolina llegó a la escuela donde yo cursaba sexto grado, la sentaron a mi lado, y al poco tiempo de su llegada supe que ella era diferente.

Algunos compañeros le decían “la rara”, “la loca”, incluso la maestra más de una vez la acusó de prepotente y engreída, pero todos estaban muy equivocados.

No le gustaba sociabilizar, me costó varias semanas que se convirtiera en mi amiga, finalmente lo logré y armamos una rutina.

Yo la esperaba a las siete para formar la fila y tomar distancia, a las siete y treinta nos sentábamos casi al mismo tiempo una junto a la otra, y ubicábamos nuestras mochilas exactamente en el mismo lugar cada día.

Carolina tenía un interés muy grande por el arte, amaba la pintura, tenía carpetas donde pegaba impresiones de sus cuadros favoritos, pasaba horas explicándome que era el arte barroco, las razones para crear determinados cuadros en el renacimiento, las gamas de colores, la luz o la sombra. Ella podría estar todo el día metida en sus pinturas.

En la clase teníamos un compañero, el típico gracioso, Luciano. Una mañana de sol este niño se acerco a ella cuando miraba sus pinturas, las seleccionaba y enumeraba en el horario del recreo mientras yo iba a comprar la merienda para las dos como siempre.

Luciano al verla sola se sentó a su lado y le comentó en tono burlón: -No te gustan ni un poco los cuadros eh.

Carolina indignada, sin sacar la mirada de su carpeta le respondió cortante, y en voz muy alta- Me gustan sí. Me gustan mucho.

Luciano riéndose le siguió diciendo – Que por eso es que te digo que no te gustan nada.

Ella se levantó, y tras decirle que era un bobo y no notaba lo que a ella realmente le interesaba se fue, y se sentó lejos de él.

Cuando yo llegué y vi donde estaba ella, y que él ocupaba nuestro lugar, le pregunté qué había pasado, y el niño me contó lo sucedido. Le pedí disculpas por ella, y pasé un buen rato tratando de explicarle el intento de chiste de nuestro compañero.

El único día que me pusieron una observación y llamaron a mis padres fue porque la maestra insistía en que Carolina la mirara a los ojos para responderle una pregunta.

Ella veía hacia el piso, y la maestra seguía empecinada con que la respuesta era correcta, pero no estaba bien eso de mirar hacia abajo, hasta que me levanté y gritando dije: ¡No puede! ¿Usted es bruta o qué?

Carolina vivía en su mundo, un mundo donde no necesitaba tener demasiados amigos, no le interesaban las normas sociales ni hablar de temas que no le llamaran la atención.

Carolina vivía en un mundo sin filtros, pero la mayoría lejos de buscar el modo de entenderla pretendían que ella cambiara, se amoldara a la sociedad, y fuera como los demás.

 

Aún recuerdo el día en que conoció a mi papá, creí que le iba a encantar, porque da clases de dibujo. No me equivoqué, estaba fascinada viendo las pinturas que mi viejo hacia en su tiempo libre, y estuvo horas hablando de su tema favorito con él.

Cuando nos íbamos a despedir le pregunté sonriendo:- ¿Y Carolina, que te pareció mi padre?, a lo que ella respondió rápidamente –Está muy gordo. Él no se ofendió, ni le pareció mal educada como algunos creían, porque mi padre y yo sabemos que Carolina es como mi hermano mayor. No es loca, no es rara, no está enferma, no se cree mejor que nadie, no es prepotente, ni se hace la importante burlándose del humor ajeno, Ella solamente es Asperger

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