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el maldito mes de enero

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Ilustración por: Enzo Salvatierra (18 /03/1989, Buenos Aires, Argentina)

Claudio camina sobre la arena con los pies descalzos y el rostro empapado en lágrimas. Tuvo que hacerlo, debía haberla dejado ir hace mucho tiempo, pero no podía soportar la idea de vivir sin ella.
Cuando Claudio y Florencia se conocieron hicieron amistad al instante, ambos estudiaban ingeniería, amaban los números, la tecnología, pero por sobre todo la robótica.
Tres meses después de conocerse comenzaron una relación, y en menos de un año se casaron.
Tenían varios proyectos en común, el más ambicioso era crear una base de datos que guardara la consciencia de cada uno de ellos con la idea de eternizarse y así vivir para siempre. Si bien no habían ideado un cuerpo todavía, la consciencia, o como Florencia la llamaba, la esencia mental, vivirían para ser ubicados en cualquier recipiente que pudieran inventar en un futuro.
Trabajaron mucho en lo que llamaron: ?nuestros otros yos?,
Luego de casi dos años luchando con la robótica, y los sistemas operativos, finalmente había un Claudio dentro de la computadora, o por lo menos su esencia mental.
Se divertían noches enteras jugando con el Claudio dentro de la máquina. Florencia hacia un cuestionario, y Claudio lo respondía en secreto, cuando se lo hacían al otro Claudio las respuestas eran exactas. No era otro, era el mismísimo Claudio, respondía igual, bromeaba igual, se equivocaba igual, era él.
Poco tiempo después hicieron lo mismo con Florencia.
Hoy Claudio abandona lentamente la playa sin mirar la fogata que consume todo su pasado. Ya no habrá eternidad. Claudio tiene el corazón roto, aunque ya lo tenía desde hacia muchísimo tiempo, esto era solamente un re abrir de la antigua herida.
La noche cálida de enero, el cielo estrellado y la sensación de vació lo acompañan a subir a su auto en silencio, despojado de todo y lleno de nada.
Enero, el mes que más dolor le causa. Los recuerdos le apuñalan el pecho, la sensación de ahogo lo lleva al recuerdo de la noche en que debió plantearse vivir sin ella. El maldito enero que siempre llegaba, once meses y volvía a herirlo, y ahora venia con mas fuerza que nunca.
Era una tarde calurosa, llevaba semanas sin llover. Decidieron que era hora de sacar sus ahorros del banco y hacer un viaje, ya que no habían tenido luna de miel.
Pasaron horas discutiendo a donde ir, y a la mañana siguiente, la seca y calurosa mañana de aquel cinco de enero, fueron a levantar el dinero.
Cuando Claudio estaba en pleno trámite la gente comenzó a gritar, a tirarse en el piso, y los empleados a poner sus manos detrás de la nuca.
Vio a dos hombres con pasa montañas entrar armados, y también se acostó en el suelo, al subir la mirada Florencia se hallaba parada estática frente a ambos ladrones, uno le gritaba que fuera al piso, pero ella paralizada no respondía así que, el mismo que le había hablado antes, le disparó en la frente. Un grito intenso desgarró el pecho y la garganta de Claudio mientras el cuerpo sin vida de su amada se caía para no volver a levantarse.
Luego de perder a Florencia, Claudio se sumió en las más profunda depresión , no se afeitó ni se cortó el cabello por meses, rara vez se bañaba y comía una vez al día, cuando lo recordaba. Las ojeras y la delgadez a la que había llegado asustaba al que lo viera, aunque lo veían poco, trabajaba dentro de su casa y el único contacto humano que estaba teniendo era con algún delivery que le dejaba algo de comer cada tantos días.
Una madrugada se despertó y fue al baño, se duchó, se afeitó, cortó su cabello, se perfumó, y comenzó a centrarse en crear un cuerpo idéntico al de su amada, su plan era que aquella conciencia que habían guardado en la computadora pasara al nuevo cuerpo, de ese modo él no viviría sin Florencia.
Su trabajo tuvo éxito en menos de un año. La ?otra yo? de Florencia, pensaba igual que ella, se reía como ella, tenía su voz, su aspecto, y la vida siguió como si Florencia nunca hubiera muerto La esencia mental del amor de su vida estaba dentro de un cuerpo que era una exacta copia del de ella. Fue un trabajo impresionante, un trabajo perfecto.
Así pasaron treinta años, Claudio, consciente de que su Florencia no envejecía, no enfermaba y por ende no moría decidió por primera vez ocultarle una terrible noticia que había recibido justamente ese mes de enero.
Estaba muy enfermo, los médicos le daban pocos meses de vida, quizá semanas, y si bien sabía que físicamente nada dañaría a Florencia, de todos modos no quería verla sufrir, ya que era una máquina, pero con las mismas emociones que su esposa.
Esperó que ella se acostara, y quitó delicadamente el chip de su nuca, apagándola, fue a la computadora con un martillo y la destruyó eliminando así también al Claudio que había creado décadas atrás.
Destornilló cada parte del cuerpo mecánico de quien había sido su mujer durante tanto tiempo, lo guardó en una caja, junto a este, los restos de ordenador y el chip del programa también. Todo estaba listo para despedirse.
Subió a su coche con la caja, llevó leña, papeles, gasolina, encendedores, y caminó rumbo a la playa. Al llegar se descalzó, fue a la arena, armó una fogata y, sin lograr contener su llano, quemó la caja y el contenido.
Lo observó, asegurándose de que nada podría ser salvado. Otra vez enero se llevaba a Florencia, y esta vez de manera definitiva.
Claudio desde su coche observa el fuego, entre lágrimas, sonríe, y piensa que no falta mucho para volver a ver a Florencia, la verdadera, la humana, la misma con la cual nunca aprendió a vivir sin tenerla, se pregunta si le perdonará haberla reemplazado con aquella versión mecánica de ella misma, pero se dice que está totalmente seguro de algo, y es que si todo hubiera sido al revés seria ella quien estaría ahora mismo quemando al falso Claudio



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