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El elefante

En los ojos de mi madre aún veo que me pide perdón, pero ya no es necesario.

El oficial la deja despedirse de mí, me dice una frase al oído, me abraza con fuerza y me besa antes de irse.

La veo ingresar a la patrulla.

Subo las escaleras, aún me tiemblan las manos, me siento sobre mi cama, y las observo. No quiero llorar, pero mis ojos son desobedientes.

Me veo reflejada en el espejo, el mismo espejo que fue testigo de tanto dolor, y tanto asco. Parece que fue hecho para ser eso, un testigo.

Aprieto los ojos porque en lugar de mi imagen frente a mi aparece el cuerpo desnudo de Rolo, la sangre, los gritos, el miedo, y mi madre.

Cuando mi mamá conoció a Rolo yo tenía dieciséis, él llevaba pocas semanas viviendo en el barrio, y había puesto un quiosco, mamá iba a comprar cigarrillos y chicles, ocho meses después se mudó a casa.

Los primeros seis meses fueron tranquilos, a penas lo veía, y mi vieja se notaba contenta y despreocupada.

Nunca voy a olvidar la primera vez que Rolo me dio miedo, yo desperté luego de una siesta, y lo vi observándome con los lentes bajos, y ambas manos en los bolsillos detrás de la puerta entreabierta.

A partir de esa tarde estar cerca de él me incomodaba. Mamá seguía con su actitud de alegría constante, y yo no podía opacar eso solo por un momento extraño que quizá mal interpretaba.

La primera vez que se metió a mi cuarto, yo estaba profundamente dormida cuando me despertó su mano tapando mi boca. Nunca había imaginado que ese sería mi modo de conocer el sexo.

Esas visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Le hablé a mamá, sin contarle demasiado, me ignoró y hasta me llamó egoísta y celosa.

Ahora salto de la cama, corro al baño y las ganas de vomitar me dominan, pero no logro hacerlo. Me lavo la cara, y recuerdo mi cumpleaños número dieciocho. Cuando me regalaron el elefante.

Mamá me hizo una torta. Me cantó, compartimos un rato, me regalaron una alcancía de bronce con forma de elefante, subí y me acosté. Me despertó una mano en mi pecho y un aliento caliente en mi cuello. Lo conocía de memoria. Negué con la cabeza, intenté gritar, pero como siempre él siguió. No dejé de ver el reflejo en el espejo hasta que al fin sentí que, como solía hacer, se desplomó sobre mí. Cerré los ojos mientras mi cuerpo temblaba de modo involuntario,y me juré que no pasaría más, ni con Rolo, ni con nadie. Abrí los ojos, y vi que si estiraba el brazo llegaría al elefante, entonces lo intenté, pero no logré tomarlo. Rolo se levantó, y se fue.

Pocos días después de eso fue cuando lo supe.

Dejé la alcancía más cerca de mi mano, practique a solas tomarla y golpearlo, y pocos días después cuando volvió a meterse en mi cama, lo dejé comenzar, incluso lo abracé contra mi cuerpo, algo que nunca había hecho antes, estire mi mano tomé al elefante y le golpee la cabeza. En ese momento vi hacia la puerta y allí estaba mamá cubriéndose la boca con la mano, y sosteniendo algo que me pertenecía en la otra.

Empujé a Rolo haciéndolo caer al suelo, le conté todo entre gritos, y llantos. Rolo comenzó a despertar, y ella fue hacia mi elefante y terminó de hacer lo que yo comencé.

Bajó las escaleras en silencio mientras yo la seguía, gritando, llorando, jalándole la ropa, pero ella me ignoró. Tomó el teléfono discó y solo dijo: “Acabo de matar a un hombre”, quise hacerla cortar, le di miles de ideas para hacer desaparecer a Rolo, pero ella calmada y silenciosa fue hacia la puerta y esperó. La policía entró, subió, vio a Rolo con la cabeza destrozada, y la esposó. Ella contó lo sucedido, pero como si yo no hubiera reaccionado nunca. Según su versión nos vio, y lo mató.

Me miró y me pidió perdón por no haberse dado cuenta, y esa mirada de culpa no se le borró más. Pidió despedirse de mí, y cuando la dejaron hacerlo se acercó y me dijo al oído.

“No te culpes, no fuiste cómplice sino víctima, déjame ver que se puede hacer, pero mi nieto no puede tener a la madre presa”, me abrazo con fuerza, me besó, y se fue

La vi subir a la patrulla, ahora veo mi imagen en el espejo, cierro mi puño, lo bajo con fuerza, pero no me atrevo a golpearme el estomago,solo apoyo mi mano cerrada sobre él.


Lengua traicionera

Guardé su lengua traicionera aquí, en este bollón, no sabía si enterrarlo o dejarlo en
la heladera, es que quise quedarme con lo que más daño me hizo, el arma que usaba
para llenarme con sus engaños y con sus mentiras. Por el resto del cuerpo no se
preocupe agente, tráigame una hoja y un lápiz, por favor, no pienso resistirme al arresto,
soy culpable, le dibujo un mapa, no es necesario ni que yo vaya al lugar, soy muy buena
con el lápiz, en menos de una hora seguro lo encuentra.

 

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