¿Que sabía yo de corazones rotos y amores imposibles? Si solo tenía diez años cuando vi a mi hermano sentado en la cama llorando con la guitarra en la mano. Le dije que también estaba triste porque habíamos quedado fuera del mundial, y yo también soñaba con ser campeón, pero que no era para ponerse así, casi a los gritos me pidió que lo dejara solo, y mi vieja me llamó para que la ayudara a colgar la ropa,o algo de eso. Yo me colaba al cuarto de David y sin ser visto lo escuchaba tocar la guitarra y sollozar, mamá me había prohibido hablarle, pero yo contaba con la esperanza de que en algunos años más podíamos tener la oportunidad de tener una copa. Hoy se que me veía, y se hacía el boludo porque no le importaba que estuviera ahí, siempre y cuando me quedara callado. Yo era chico ,sin embargo hasta ahora tengo esa canción que David tocaba una y otra vez en mi cabeza, la tarareo cuando abro el negocio, cuando lo estoy cerrando o cuando estoy en la ducha. Se convirtió en mi canción favorita, e hizo de mi un fanático del tango. -Mamá, ¿David hizo esa canción?- pregunté mientras pateaba la pelota contra la pared y volvía a mi pie -No Felipe, no la hizo él -¿Y porgué la canta si lo hace llorar? Ya hace mucho que perdimos el mundial -Dejá esa pelota quieta Felipe que vas a romper algo - ya me la sé yo mamá mirá es así la canción de David- agarré la pelota contra mi pecho y comencé a cantar bien feo y desentonado como lo hago hasta el presente, tras toser unas tres veces, creyendo que eso me acomodaba la voz- “Con los ojos en sangre, de llorar mi pobreza, vengo a darte el adiós porque han dicho que yo busco en ti la riqueza, me han prohibido quererte sin saber que me muero,sin saber que el valor…” -No, no la hizo tu hermano, es un tango, ni sé quien la hizo, la canta un señor que se llama Julio Sosa quizá fue él,pero que se yo, o lo hizo otro, no sé- Interrumpió mi madre y siguió haciendo la masa para las empanadas, yo me encogí de hombros y volví a patear la pelota hacia la pared — ¡ Felipe que acá adentro no!- gritó mi madre levantando el palote. Yo entre asustado y nervioso salí al jardín con mi pelota. - Es de Rossi ese tango enano- dijo papá parándose en la puerta y mirándome jugar - ¿Hacemos un picadito pa?- Pregunté y escuché el grito de mi vieja, los dos corrimos a verla y la encontramos en el dormitorio de David,él estaba como dormido y con un frasco en la mano. Todos corrían y gritaban, yo no entendía nada. El tiempo que mi hermano estuvo internado no quería hablar, íbamos todos los días, pero él solo habló cuando la muchacha del sombrero azul entró a su habitación, lo primero que él dijo fue “Catalina”. Mi papá me sacó de allí, pero verla me hizo entenderlo todo, y con diez años supe que a mi hermano no le dolía no haber salido campeón sino que le dolía Catalina. Siempre quise ser un jugador de futbol famoso, pero no tengo talento para los deportes así que puse una tanguearía, con el tiempo David aceptó tocar en mi local, yo soy bueno bailando, David cambiando de novias, haciendo drama, llorando por ellas, pero nunca tanto como por aquella chica de sombrero azul, yo sin embargo lloro cada vez que no ganamos un partido, y si mi hermano sigue tocando tan bien y trayendo clientes le voy a proponer que seamos socios en “La Catalina”, y honestamente a mi me da igual quien creó ese tango, para mi el que lo cantaba mejor era Flacon..
Serpiente vestida de ángel
Me dan náuseas de solo ver la maldita mirada de Álvaro mientras coloca esa cosa, que para él no vale nada, en la boca de esa niña
Lo sigo esperando, acá no es lo mismo, acá todo se sabe.
Yo tenía dieciséis años cuando murió mi madre. Papá y yo nos mudamos porque según él la sentía en todas partes.
Al igual que en el pueblo anterior en este lo primero que hizo mi padre fue buscar una iglesia. Íbamos cada domingo, a mí no me gustaba, sentía que mamá estaba en todas partes, en mis recuerdos, en mis sentimientos, pero mi padre no entendía, su opinión era que de ese modo mamá no se iba a sentir olvidada donde estuviera.
Cada domingo el padre Emilio daba un sermón, yo dormitaba y mi padre se enojaba. El siete de mayo fue diferente, lo recuerdo porque era el aniversario de la muerte de mamá, ese domingo más que cualquier otro mi padre estaba insistente y nervioso con la misa.
Justamente ese domingo el padre Emilio no apareció, la misa la dio un sacerdote más joven, se presentó como el padre Álvaro, cuando fui por la hostia sentí algo extraño en su mirada celeste que entraba por mis pequeños ojos café y se metía dentro de mi mente, Fue una sensación extraña, quería irme, y quería quedarme.
Los domingos a partir de ese siguió el padre Álvaro y unos seis domingos después del sermón nos dijo que Emilio estaba muy enfermo y había decidido volver a su Italia natal.
Cada vez que comulgaba él me regalaba esa mirada que al principio me ponía nerviosa, pero con el tiempo comenzó a atraerme, al igual que las serpientes cuando hipnotizan a su presa.
Fue un jueves, yo volvía del colegio en bicicleta, como siempre, pasé frente a la iglesia, como siempre no vi a Álvaro, como siempre, pero esta vez lo escuché, frené porque me llamó con la mano y dijo mi nombre.
Fui a su encuentro, me dijo que tenía algo para mi padre, dejé la bicicleta junto a la puerta y lo seguí, entramos a una habitación pequeña donde el olor a cera de velas y el color marrón predominaban.
Me acarició el cabello, me miró con esa intensidad hipnótica, me dijo que ya me daba lo que tenía para papá, que no me pusiera nerviosa, se acercó tanto a mí que le dije que me iba, que igual después venía mi padre, me llevó contra la pared donde apoyó mi frágil cuerpo adolescente, al principio sentí mucho miedo, e intenté moverme hacia la puerta, pero sus besos en mi cuello, su respiración en mi oído, sus manos en mis pequeños pechos lo hacían más dificil, él ya me gustaba hacía un tiempo, su mirada de serpiente, su maldita mirada nublaba mi inteligencia, nunca había sentido nada parecido, metió su mano debajo de la falda de mi uniforme, y sus dedos dentro de mi cuerpo, me dijo que así sabía que me gustaba, yo me sentía rara, por un lado me quería dejar llevar, por otro deseaba salir corriendo, lo único que pude decirle fue "Yo nunca..." y después de asentir con la mirada, me besó evitando que siguiera la frase, nadie me había besado antes, mi cuerpo temblaba, y realmente desconozco la razón. Me subió a una mesa, le dije varias veces que no, que por favor no siguiera, apreté las piernas, de todos modos las separó con fuerza, me tapó la boca con la mano, y mis cuarenta y dos kilos no podían con la fuerza de su metro noventa y sus cuarenta y tantos años. En ese momento lo único que quería era salir corriendo y abrazar a papá, llorar, salir de mi cuerpo y desconectarlo de mi mente.
Álvaro seguía y seguía, el dolor, la sensación de vergüenza y las lágrimas me ahogaban de a ratos.
Cuando al fin terminó toda aquella atracción que sentí por él al principio se había transformado en un inmenso asco, intenté levantarme, su cuerpo aún me aplastaba, salió de dentro de mi, me dijo que no podía dejarme ir, que teníamos un secreto, le respondí que no iba a decirle a nadie, que se lo juraba, que solo quería irme y me dijo: "Lo sé".
Con ambas manos cubrió mi nariz y mi boca, presionó con toda su fuerza, luché lo que pude, pero como dije, eran cuarenta y dos kilos contra un hombre fuerte, atlético, de poco menos de dos metros y adulto.
Vi cuando se duchó, cocinó, comió, me dejo ahí, sobre la mesa, fue por una cuerda, salió, llevó mi bicicleta junto a un árbol que hay al fondo, en el patio de la iglesia, ató la cuerda y me tomó en sus brazos para llevarme hasta allí y colgarme como si yo hubiera decidido morir.
Mi padre me buscó por todas partes, pegaron mis fotos por el pueblo, la policía comenzó actuar, todo ese revuelo fue por cuatro días, hasta que un monaguillo salió al patio y me vio.
Yo estoy esperando, ya van diez años, sé que le quedan unos diez más por ahí con los vivos, pero acá donde yo estoy, donde él me mandó, no es como ahí.
Ahí él mira a esa niña de quince años como me miraba a mí, le da la comunión como a mí, justamente ella pasó por una pérdida como yo, sé que la piensa “suicidar”, me enferma, pero no puedo hacer nada más que ver. Ella no será la segunda, de este lado todo se sabe, yo fui la quinta, ahí él va a seguir siendo el mismo hombre de Dios, el buen padre Álvaro que va de pueblo en pueblo ayudando al prójimo, un ángel. Ella otra víctima de la depresión, de la edad difícil, de las pérdidas irreparables, pero acá, acá es diferente, acá lo esperamos todas y acá los pecados siempre se pagan, y se pagan bien caros.
Del color del cielo
¡La vieja está muerta, y murió en Montevideo!- dije leyendo el obituario del periódico mientras desayunaba. No salía de mi sorpresa al releer aquel nombre que creí jamás iba a volver a escuchar.
-¿La vieja? ¿Qué vieja mamá?- preguntó mi hija, yo no podía responderle porque mi asombro no me lo permitía. Volví a mirar aquella página y efectivamente, no cabía duda alguna, era esa maldita vieja.
Fue hace dieciocho años, yo era moza de un café en San Telmo. Hacía menos de un año que vivía en Buenos Aires. Y ese fue mi único empleo fijo allí.
Durante semanas venían un grupo de jóvenes al café. Eran tres, a veces cuatro. Siempre pedían lo mismo, un cortado, dos medialunas y una trufa. Solo los veía, normalmente los atendía Laura, mi compañera.
Aquel viernes de noviembre Laura cayó en cama por amigdalitis, así que yo tenía que hacer el doble del trabajo. Llegaron los tres chicos de siempre pero esta vez el cuarto era un desconocido. Fui a atenderlos. Hicieron su pedido de costumbre, y cuando iba a retirarme escuché: -Señorita, disculpe pero yo no quiero el cortado. A mí me quita eso y me agrega un submarino, ¿Puede ser?- Era el nuevo. Asentí con la cabeza, cambié el pedido y fui a buscarlo.
Su voz era hermosa. No salía de mi mente, era muy grave y profunda, y lo que más recuerdo sus ojos, maravillosos, pequeños y del color del cielo.
-Mami, ¿Quién es la vieja que se ha muerto?- insistía mi hija, yo no podía salir de mis recuerdos. Seguía sin responderle. Mi marido llegó, se sentó a desayunar y me miró dándose cuenta de que algo extraño pasaba con la expresión de mi rostro.
-Papá, dice mamá que murió una vieja y no me quiere decir quién era, ¿Vos sabes de quien habla?- Adolfo negó con la cabeza tomando un sorbo de café.
-¿Quién murió Valeria?- me preguntó, yo volví a leer aquel nombre, se me escapó una carcajada, les dije que nadie, una persona que no importaba, que la conocí hace mucho, y nada más.
Me levanté de la mesa y me encerré en el baño, me senté en el suelo con el diario en la mano. Fue una sensación muy rara. Lloraba y reía, los recuerdos me golpeaban como olas bravas.
Después de aquella vez que serví un submarino en el café de San Telmo, él comenzó a venir frecuentemente, incluso sin sus amigos. Siempre por las dos medialunas, la trufa y el submarino.
Una noche salgo de trabajar y al doblar la esquina siento que me chistan, Sin estar segura que fuera para mí, miré a los lados y seguí caminando -Rubia, Moza, no sé, cómo te llames. Pará ahí-.La voz la reconocí al instante, y sin dejar de caminar me di vuelta para mirar. Él venía cerca, y casi corriendo- Frená que no te voy a robar- entonces me detuve y lo esperé.
Extendió su mano y me dijo:- Yo soy Daniel, mucho gusto, aunque creo que ya me conoces, ¿cierto?- Yo dije que si con la mirada, y sonreí. Estaba bastante nerviosa, tiendo a ser muy tímida y en mi imaginación ya había hablado tantas veces con él que no sabía que decir.
-¿Vos tendrás un nombre supongo no?- con la voz entre cortada solo dije:-Valeria.
Después de esa noche nos veíamos prácticamente todos los días. Salvo los sábados que él tenía que visitar a su madre a San Isidro.
Nunca había estado tan enamorada. Daniel era muy divertido, alegre, me hacia reír mucho, y por sobre todo muy caballero y educado.
Hoy si tuviera que dibujar su cara no sé si podría, no recuerdo los detalles, no tengo una foto, pero no olvido sus ojos.
Me levanté del suelo, me lavé la cara llena de lágrimas, y mi hija golpeó la puerta. Preguntando si estaba bien. Conteste de inmediato que sí, que no se preocupara y tomé el diario, lo apuñalé con el cepillo de dientes, y lo tiré a la basura.
Mi romance con Daniel iba perfectamente bien. Levábamos ocho meses juntos. Planeábamos venir a Montevideo para que conociera a mis padres, me dijo que ese fin de semana lo acompañara a ver a su mamá, que ella era la única familia que le quedaba.
Ese sábado a la mañana cuando vi donde vivía, me sentí ahogada. Si bien sabía que Daniel era ingeniero y tenía un buen trabajo nunca pensé que fuera para tanto. Me sentí disminuida. Al conocer a su madre, doña Etelvina, esa sensación fue peor,. Lo supe desde el primer momento. Me sonreía de un modo muy falso, observaba mis movimientos, hacía comentarios en voz baja y entre dientes. Fue un momento muy incómodo. Un antes y un después para Daniel y para mí.
La escuché susurrándole, cuando ya estaba por irme:- Nene vos estás mal de la cabeza, no tiene educación no sabemos ni si tiene familia ni siquiera es argentina que uno pueda ver de dónde salió, esa mesera, ¿Es una broma? Si es, una bien mala, no podes decirme que dejaste a Adelita para quedarte con una mocita de café.
Salimos en silencio. Y de ahí en más nuestra relación cambió mucho, La madre comenzó a exigirle que fuera sábados y domingos. Algún viernes también lo llamaba. Ambos sabíamos que me odiaba, pero no lo hablábamos.
Me llevó el día en que la vieja cumplía años. Fue horrible. Allí estaba la tal Adelita. Estirada, refinada, hablaba como una papa caliente le ocupara la boca, y se reía a penas como pidiendo permiso.
Claro que tenían más invitados, pero Adelita era la de honor. Etelvina me hizo todos los desprecios que pudo, Daniel trataba de hacerme sentir cómoda, pero era casi imposible.
Luego de ese momento pasaron tres meses. No sabía nada de la maldita vieja. Volvimos a estar como antes. Nuestro amor iba perfectamente. Me regaló un anillo de compromiso y me dijo que no necesitaba a su madre para tomar decisiones.
Un lunes cuando estaba por irme al café apareció la vieja, me tomó de un brazo sorpresivamente y me dijo – Mire mijita, quiero que lo deje tranquilo a mi hijo, ¿Por qué se cree que no ha ido en tanto tiempo por mi casa? Ya no quiero que la tengan de boba, acá tiene, y no haga mucha cosa para meterse en el medio, al final se perjudica usted solita sino.- y se fue, pero antes me dio un sobre, tenia pasajes para volver a Montevideo, y una tarjeta de invitación al casamiento de Daniel y Adelita.
Tomé el primer barco y volví a casa. Nunca más pise suelo argentino. Volví con Adolfo, mi noviecito de la infancia y en menos de dos meses me casé, luego nació la nena.
Volví a tomar el diario que había tirado a la basura. A pesar de mis intensos golpes con el cepillo el nombre estaba intacto, parece que ni la muerte podía con esa vieja. Ahí esteba en cada uno de mis peores recuerdos. Ella era todo lo que Daniel y yo nunca fuimos.
Cuando mi hija tenía unos catorce años fui una tarde con ella al cine y me encontré con Laura, mi ex compañera de trabajo que estaba de vacaciones por aquí
-¡Valeria! No lo puedo creer, ¿Dónde estabas? Te desapareciste totalmente, el jefe hasta pensó que te había pasado algo grave. Daniel te buscó meses. Nunca supimos que te pasó.- Le pedí a mi hija que fuera a comprar algo para comer, y a solas con Laura le resumí la historia.
-¿Me estás jodiendo Valeria? ¡Eso no es verdad! Daniel no se casó con nadie, creo que ni hasta el día de hoy, te digo que creo, porque hace un tiempo que no lo veo, ni sé si estará o no en Buenos Aires. Y la tal Adelita, sí, esa la conozco, está en pareja hace años, con Pablo, no sé si te acordarás que Daniel venía con tres amigos, bueno uno de esos tres es Pablo. ¿Te acordás de esos? La vieja te metió un cuento. Es más Adelita tiene tres chicos, estoy segura de eso. Pero no se comprometió nunca con Daniel, a demás, no sé, la vieja habrá mandado a hacer una tarjeta para vos, que se yo. Tenías que averiguar más antes de salir corriendo así, tonta.
Yo en ese momento no supe que decirle a Laura. Todo era tan extraño y confuso. Sentí que el aire era espeso, pesado , y no podía entrar a mi cuerpo. Mi nena llegó, me despedí de Laura y fui a la cola del cine, sin salir de mi sorpresa.
Ya está. Salgo del baño con el diario en la mano y voy a la cocina, lo quemo sin dejar de observarlo. Adolfo y mi hija me miran asombrados, pero yo estoy decidida por lo menos a destruir el nombre de la vieja esa.
-¿Estás bien mami?- me doy vuelta y la abrazo diciéndole que sí.
No sé porque ese nombre me trajo tantos recuerdos, tantas preguntas a mi cabeza ¿Porqué murió aquí?, ¿Me habrá venido a buscar Daniel?, ¿Supo lo que hizo su madre? Nunca lo voy a saber.
Será porque lo que vino a mi mente al leer ese nombre, en realidad fue la vieja esa, porque a Daniel no lo he olvidado nunca, siempre lo tengo presente, en especial cuando miro los ojos de mi hija, Daniela, esos ojos hermosos, pequeños y del color del cielo.