Amalia vistió su mejor vestido de domingo, se pintó los labios rojos, se puso nuevas alpargatas negras, y llevó una bolsa de mandados con pocas mudas de ropa. Subió al avión sin borrar de su cara una pequeña sonrisa. Se quitó sus enormes lentes, pero al no poder ni ver el reflejo de su rostro en la ventana, se los puso de nuevo, se miró las manos, arrugadas, venosas, su mirada se tornó triste, su expresión seria, pero al subir los ojos, y observar que ya estaba en el avión, volvió a sonreír
Amalia nació en el campo. Fue la quinta hija de una familia muy pobre. Sus hermanas siempre la subestimaron y maltrataron. Se convirtió en la empleada domestica de estas, el padre nunca esteba en casa, a la madre le parecía normal que siendo la menor ayudara.
A veces en las tardes, cuando todos dormían la siesta, ella se escapaba. Se sentaba solitaria y callada a observar la nada, no sabía que ver ahí, pero ella sonreía callada, miraba a los lados buscando a su familia. No los veía y reía, se sentía libre en esa soledad. Soñaba con dejar el campo y no volver a esa casa, nunca más.
Sus hermanas se fueron casando, pero no se iban del campo. Ellas continuaba ayudándolas.
Una de esas tardes de siesta, cuando Amalia ya contaba con veinticinco años apareció un viajante pidiendo ayuda. Tenía hambre, sed, estaba cansado. Amalia lo recibió, pero no le abrió la puerta. El hombre explicó la situación, y ella silenciosa, respondió sólo con un gesto y busco a su madre. Cinco semanas después de aquel extraño hombre pisando su casa. Se casó con él. Amalia solo pensaba que al fin dejaría de vivir ahí.
Al llegar a aquel lujoso apartamento sobre una ruidosa avenida los ojos de la chica brillaban, no quería soltarle la mano a su marido, se la apretaba emocionada, El gritó: -¡Mariana ya llegué!- salió de la casa una jovencita, saltó a sus brazos y Amalia la miro entre confundida y sorprendida y soltó la mano de su esposo.
En ese momento se dio cuenta de que no sabía nada de aquel hombre. La idea de irse a la ciudad la había enamorado más que el.
Entraron a la casa, ella miraba el entorno con el rostro endurecido, sin mover más que los ojos, caminando lentamente, y ahí se enteró. Los vio y sintió una presión en el estómago. Su nuevo esposo, antes de serlo, había sido viudo. Mariana era su hija mayor, y había cuatro más.
Los años fueron pasando. Amalia no volvió al campo. Se dedicó a los cinco hijos de su pareja y a él. Esto llevó a que nunca tuviera propios, ni trabajara. Callada, serena, siempre sonriente.
Habitualmente recordaba a su padre que nunca estaba, porque trabajaba en el campo, cuando miraba a su marido leer el diario frente a la estufa, sabiendo que, como solía pasar, saldría de viaje de negocios al día siguiente y no lo vería por semanas. Se encerraba en el baño, lloraba y se golpeaba la cara con los nudillos. Siempre en silencio.
A veces miraba su reflejo y se pintaba los labios de rojo, dibujaba líneas sin sentido en el espejo con mucha fuerza. Se lacaba la cara, limpiaba su pequeño desorden, y volvía sonriente con los niños. A su marido no le gustaba el lápiz labial rojo, por eso ella no lo usaba, pero le encantaba.
Pasaron veinticinco años. Su vida siguió exactamente igual, con la diferencia de que los chicos se fueron independizando. El menor, Rafael, le regaló un baúl cuando ella cumplió cincuenta años. Ella comenzó a comprar lana y tejer.
Se quedaba sola en la noche, cuando su marido viajaba, lo que era casi siempre. Tejía, tejía con pasión, tejía rápido, a veces hasta se lastimaba los dedos un poco, pero no paraba. Asi lleno el baúl de sus creaciones. Salió a la calle ofreció sus tejidos y para su sorpresa los vendió todos.
Esto la incentivó, se puso una meta en la cabeza, quería ser libre, sacar de su mente al campo de antes y a la ciudad de ahora. Compro más lana y tejió, tejió y tejió…
Así llenó cinco veces el baúl se fue al aeropuerto con lo que junto de sus ventas, se compro un pasaje a Barcelona. Lo miró se encogió de hombros y dijo: -y bueno, Barcelona está bien, sé el idioma- y esperó que llegara la hora de su vuelo.
Se pintó otra vez los labios de rojo y subió decidida. Se sentó en el avión y pocos minutos después vio que el número de avión era el 555. Comenzó a gritar que no despegara y bajó asustada.
Se le venían a al cabeza que eran cinco hermanas, se que casó a las cinco semanas con un desconocido que tenía cinco hijos. Recordó que hacía veinticinco años que había llegado a la ciudad esperanzada para terminar mal. El número de avión era un terrible presagio para ella.
Caminaba como perdida, un poco derecho, un poco girando lentamente, con el rostro inexpresivo, buscando donde cambiar el pasaje. Al rencontrar el lugar dijo que quería ir a otra parte que no era Barcelona que quería saber el número de avión. Le preguntaron qué hacia donde, miró para todos lados apretando el ceño, y acomodando sus lentes, entonces vio un letrero que decía que en media hora despegaba un vuelo hacia Madrid así que por ese lugar se decidió.
El avión tenia el numero 808, así que eso la calmó. Al subir más tranquila se sentó cómodamente, se retocó el rojo de los labios, se miró sonriente y con los ojos llenos de felicidad en la ventana, se contempló las manos, se le parecieron tan dañadas, pensó que ya en Madrid se pintaría las uñas, y que nunca lo había hecho, se le escaparon algunas lágrimas, emocionada apretó los labios, y el avión despegó.
Estando ya en vuelo su rostro de feliz y sonriente, pensando que no sabía ni a que iba pero se iba, cambió su expresión a seria, la mirada fija en la nada y el ceño fruncido –vendó cinco baúles de tejido para estar aquí- susurró, abrió muy grandes los ojos, y llevó la mano a su boca abierta. Cinco segundos después el avión rumbo a Madrid explotó.
¿Quién habrá sido el joyero que lo hizo?- Me pregunto observando mi mano.
El anillo lleva conmigo desde mis quince.
Estuvo en un mueble abandonado, en un alhajero donde vivió por años, viajó a Argentina junto a mi, y hoy está en mi mano.
¿Qué habrá pensado mi abuela cuando quiso que lo tuviera?- me sigo preguntando.
Un anillo que antes fue un dije o un aro, creo que mamá dijo que aros, pero mi abuela hizo que lo convirtieran en anillo para que me acompañara en mi mano.
¿Por que? Si ella sabía que soy despistada, y no soy muy amiga de las joyas.
Hoy lo vi en un cajón.
Ni sé como ni cuando llegó ahí, creo que lo habré dejado olvidado después de volver de algún viaje, o no.
Está impecable, el oro es oro, pero la piedra rosa... ¿Que será? Quizá un cuarzo, zafiro o turmalina, no tengo idea.
Hoy me lo pongo y pienso en el joyero que lo ha hecho, ¿Estará vivo?¿ Sabrá que gracias e él hoy tengo un poco de lo que fue mi abuela en la mano? No, seguro que no lo sabe, no tuvo ni tiene idea que hizo que hoy haya en mi dedo un poco del tiempo pasado.
Necesitaba salir de la ciudad. Poca gente, mucho silencio, la naturaleza a mis pies para darme toda la energía que pudiera tomar de ella.
Dejar la capital era lo que más deseaba, la muerte de mis padres, una relación sin futuro, y un trabajo que detestaba eran razones suficientes para desprenderme de mi ciudad natal, quería escribir el libro de mi vida, mi niñez, mi adolescencia, mi largo e insulso noviazgo, mis antiguos affaires, mis miedos y mis orgullos.
Un pueblito tranquilo, donde pretendo estar para siempre, era el destino ideal así que con poco dinero, poca ropa y muchas ganas de que todo cambiara fui hacia alli.
Hoy miro mi entorno y sé que encontré mi lugar.
Al llegar al pueblito me quedé en una pequeña y modesta casa que nadie quería comprar, por esa razón fue baratísima y mis pocos ahorros junto con la última paga de la oficina, que felizmente había abandonado, me dieron para ser propietaria.
La primera noche que me senté a escribir sentí claramente la respiración de una persona próxima a mi cuello, rozando mi hombro. Juraría que era un hombre, pero mis ojos no encontraron a nadie.
Al día siguiente caminé largo rato para hacer algunas compras. Sentía que las pocas personas que estaban allí susurraban entre si y me observaban.
Creí que se debía nada más a que yo, obviamente para ellos, era la novedad del momento, recién mudada, sin trabajo, intentando simplemente escribir, viviendo de lo que me dejaban la renta de las casas que tenían mis padres en Montevideo y soltera con casi cincuenta años.
Cuando me acerqué a pagar la señora muy sonriente y con unos enormes ojos café se presentó rápidamente, lo que me hizo sentir muy cómoda:
-Soy Teresa, será un placer tenerla por aquí señorita...-hizo una pausa esperando que yo dijera mi nombre, a lo que demoré un momento y dejando los productos sobre el mostrador continué su frase
-Alicia, soy Alicia, un gusto, soy nueva por estos lados.
-Sí, Alicia, todo el mundo comenta que usted fue la que compró la casa equis.
-¿Equis?- pregunté frunciendo el seño a lo que ella respondió con una carcajada sonora
-No me haga caso muchacha, es que no es común que venga gente de la capital a vivir aquí y una escritora, siempre pensaba que la capital era un lugar mejor para una artista como usted
-No soy Artista, es mi primer intento de libro, sucede que mi padre antes de morir me dijo que el mejor cuento que uno puede hacer es el de su propia vida y eso intento hacer, simplemente el libro de mi vida.
-No tiene nada de simple mujer
Luego nos despedimos y me hizo sentir muy bien el haber pasado un rato agradable con Teresa, pero su voz en mi cabeza diciendo “la casa equis” no se borraba de mí.
Esa noche retomé la escritura de mi libro. C
Comencé a contar sobre mi adolescencia, el primer beso, salidas de amigas, el colegio y experiencias familiares cuando comenzó a llover muy fuerte.
Corrí a cerrar la ventana y vi la sombra de un hombre parado bajo el agua como queriendo mirar para dentro de mi casa, de repente desapareció, lo busqué con la mirada inútilmente y cerré la ventana.
La falta de Internet me estaba volviendo loca, ya que lo que más deseaba era investigar si “La casa equis” estaba allí.
Me acosté un poco asustada, los truenos, relámpagos, las palabras de Teresa, el hombre en mi ventana y la lluvia me hicieron sentir nuevamente como cuando era niña, asustada sin saber exactamente de que, y deseando abrazar a mi madre.
Hoy, sin embargo, nadie me saca de esta casa, ni viva ni muerta.
Me siento en la cama y le doy tres palmaditas al colchón.
Esa noche de tormenta me costó mucho dormir, pero al lograrlo sentí que una mano me acariciaba las piernas desde el tobillo, subiendo por mi rodilla, llegando a mis muslos, soñaba que esa mano grande y algo pesada se metía entre mis piernas, me quitaba la ropa interior y continuaba suavemente entrando en mi cuerpo, haciéndome gemir de placer.
A la mañana siguiente desperté recordando el sueño, mire a través de la ventana de mi cuarto sin levantarme y sonreí al ver que brillaba el sol, al pararme lo noté.
No tenía ropa interior, estaba tirada junto a mi cama. Pensé que quizá durante mi sueño erótico lo había hecho inconscientemente.
Comencé a escribir al medio día, luego de almorzar, pero era difícil concentrarme pensando en esa noche de tormenta, mi mente era una especie de panal sin reina, estaba perdida, confundida.
Pasaron varios días y una noche mientras escribía y tomaba café golpearon mi puerta.
Al preguntar quien era una voz dijo que necesitaba ayuda así que decidí abrirle.
Era un hombre de poco más de treinta años, barba desprolija y aspecto de cansado, me dijo que necesitaba un lugar para pasar la noche, acepté que se quedara en el sofá, pero debería irse al día siguiente.
-Yo soy Borja, puedo cocinarle algo, ayudarla a ordenar un poco, hacer arreglos en la casa si hubiera que hacerlos, lo que usted necesite, pero me quedo un tiempo hasta que consiga donde estar por favor- La propuesta me asustaba un poco, era desconocido para mí, pero al mismo tiempo me hacía sentir cómoda la idea de no estar tan sola en la casa.
Se quedó a dormir en el sofá y al día siguiente me acompañó a comprar a lo de Teresa
-Buenos días Alicia, se ve usted magníficamente hoy
-Gracias Teresa, a veces le hace muy bien a una la mentira, cóbrame rápido que hoy tengo visitas le dije señalando con los ojos a mi acompañante
-Ay qué bueno mujer, siempre está usted tan sola, ¿vienen de Montevideo?
-En realidad no lo sé- Teresa me miró y vio a los lados con una sonrisa forzada, me cobró y salimos
-Borja, ella es Teresa, quizá si te quedas unos días mejor te familiarizas con ella y podrías hacer las compras por mi
-preferiría ayudarle en la casa
-¿Estás seguro? Vi que ella ni te saludó, pero quizá es menos simpática con los hombres
Borja me ayudó a cocinar, almorzamos juntos, le enseñé lo que iba escribiendo sobre el libro de mi vida, me dijo que seguramente pondría cosas más interesantes en un futuro y que iba muy bien.
Esa noche me dormí casi de inmediato y a las dos horas desperté y descubrí a Borja sentado observándome.
Me senté rápidamente en la cama, mi respiración agitada y mi mirada confusa hicieron que se levantara a de la silla e intentara salir sin decir nada de mi habitación.
-¿Qué hacías aquí?- pregunté casi gritando
-desde que la conocí disfruto viéndola, disculpe- me dijo sin voltear parado en la puerta y se fue a su sofá.
Hoy sin embargo dudo que le agrade mirarme, sin embargo siempre dice que sí. De todos modos falta tan poco. Cada minuto junto a Borja me hace sentir más joven y bonita a pesar de que mañana es mi cumpleaños número ochenta y seis.
Al despertar esa mañana recordé que no había comprado café así que me fui a lo de Teresa y lo hice lo mas rápido que pude sabiendo que Borja aun dormía.
-¿Cómo se encuentra señorita Alicia?
-de maravilla, pero olvidé comprar esto el día de ayer cuando vine con mi amigo
-¿su amigo?- preguntó con las cejas arqueadas tomando el dinero de mi mano Teresa
-Si mujer, el que me acompañaba ayer
-Ayer vino usted sola, es verdad que comentó que tenia visitas, pero no lo ha traído aun ¿es un amigo nada mas?- me dijo con tono pícaro y guardó el billete sonriendo, yo entreabrí la boca y mire al suelo, fruncí el seño y negué con la cabeza
-sí, nada más, ¿Cuánto sería si pido que me envíen un modem portátil para mi computador portátil?
Me pasó precios y solicite que me lo enviaran luego fui a la casa un poco confusa, pensando que como podría ser que Teresa no recordara a Borja.
Cuando llegué a casa Borja untaba mermelada en las tostadas, volteó la mirada hacia mí y sonriendo me dijo:- imaginé que fuiste por café.
No quise comentar nada sobre lo sucedido con Teresa. Desayunamos juntos y puso un reloj de oro sobre la mesa.
-Alicia, no tengo como pagarte lo que haces dejando que me quede aquí un tiempo. Este reloj es antiguo y tiene su valor espero que sea una recompensa
-No es necesario, me ayudas mucho en la casa, ni te haces sentir cuando me ves escribiendo, eres una buena compañía Borja
-Acéptalo Alicia, los regalos no se rechazan- tomé el reloj, él apoyó su mano sobre mi rodilla y sentí que se presionaba mi estómago, tragué saliva y miré su mano que subió suavemente por mi pierna, por un instante recordé aquel sueño, pensé detenerlo, pero no hice nada, lo miré a los ojos, lo veía tan joven a mi lado, no quise pensar en un futuro y cuando acercó su boca a la mía negué con la cabeza, y me levanté.
-Borja, en dos semanas cumplo cincuenta años ¿Cuántos tienes tú? ¿Treinta?
-digamos que tengo treinta y dos, ¿y eso que importa?
-Casi podrías ser mi hijo
Camino hacia mi, me tomó de la cintura aprontándome contra su cuerpo, acercó su boca a mi oído, sentí su aliento caliente pegándose a mi piel y me hizo entreabrir la boca y suspirar cuando dijo:- Lo mejor de todo esto es que no lo soy.
Me besó en la boca y me llevó hacia el sofá. Hicimos el amor como no lo hacía desde los veinte años, miré como lanzó mi ropa interior a un costado como aquella noche en la que soñé, y dormí en el sofá esa tarde entre sus brazos.
Desde ese día no pasamos un día en el cual no me tirara en la mesa, en la cama, en el sofá y hasta en la mesada de la cocina.
Hacíamos el amor a cada rato. Me sentía una jovencita y salvo a comprar me acompañaba a todas partes.
Dos meses después al fin llegó mi modem portátil.
Borja dormía y yo me conecté.
No encontraba nada sobre la casa equis del pueblito , entonces puse leyendas, tampoco había nada. Resignada escribí como último intento. “Casa X” y para mi sorpresa allí estaba la foto del frente de mi casa.
Leí que las personas que se mudaban para allí no soportaban vivir ni una semana, yo llevaba meses así que no me preocupé.
Continué leyendo que allí había vivido un hombre que murió muy joven con tan solo treinta y dos años. A parecer simplemente sufrió un paro cardíaco durmiendo y la gente dice que marcó con una letra “X” la puerta después de muerto porque su alma no dejó jamás la casa.
Por esa razón cuando alguien se mudaba para allí la equis desaparecía de la puerta, apareciendo cuando lograba sacarlos.
Leí relatos donde decía que los asustaba, se les aparecía por la ventana, rompía sus cosas, abría puertas y todo era debido a que él consideraba que esa siempre iba a ser su casa.
Bajé mas con la ruedita del mouse, y al ver una imagen sentí que mi corazón iba a salir de mi pecho con mi mano izquierda tapé mi boca y un par de lágrimas mojaron mi cara. Las manos de Borja estaban sobre mis hombros
-No sabía cómo decirlo mi amor.
-No lo entiendo, no puede ser- Me paré y lo miré de pies a cabeza sin poder cerrar mi boca
-Teresa no me conoce Alicia, estoy muerto hace más o menos cuarenta años, ella tendría unos cinco como mucho, no lo sé, quizá menos. Pensé hacer lo de siempre contigo, pero me enamoré a penas te vi y quería tenerte aquí conmigo.
-¿No estás aquí?
-Si mi amor, aquí estoy, como siempre, soy exactamente el mismo que dormía a tu lado hace pocas horas. Me preocupaba tu reacción y que al pasar del tiempo notaras que no envejezco.
Salí a caminar confundida, el viento jugaba con mi pelo y entre muchas cosas pasaba por mi mente como agregar esto al libro de mi vida. Borja me siguió. Llegué donde Teresa y con ambas manos abiertas golpee el mostrador, ella me miró abriendo grandes los ojos con una expresión muy seria y algo asustada.
-¿Por qué mi casa es la casa equis?
-Es raro, aun no te vas de ahí y no ha aparecido la letra en tu puerta
-¿Hay fantasmas?
-Eso dicen
-No me digas fantasma - me dijo Borja con un tono algo indignado
-¿Quién murió allí Teresa?
-Fue hace mucho, un hombre, pero no sé mucho más, yo tenía tres años por esa época.
-Teresa, dime en serio, no estoy jugando, ¿Ves a alguien parado detrás de mi?-Teresa negó con la cabeza, le sonreí diciendo que eso creía y que dejara de creer en cuentos.
Caminé callada junto a Borja hacia la casa, al llegar se sentó en el sofá y mirando el suelo cabizbajo respiró hondo
-¿Vas a querer que deje la casa verdad?
Negué con la cabeza, me senté a su lado lo tomé del mentón y le dije:- No
De ese momento pasaron muchos años.
Hoy estoy terminando las últimas hojas del libro de mi vida, el cual dejo en mi testamento junto a esta casa y todo lo que poseo para Jimena, la hija de Teresa, y para Teresa encargándoles su
publicación tras mi muerte, que según mi Borja será en muy pocos días cuando al fin ambos dejemos la casa, la casa que amamos, pero ya va a ser cosa de los vivos.
LA BENDICIÓN
Una pareja es detenida.
El médico despega del bebé de seis días que abandonaron en un contenedor la cinta que pega su carita y dice:. - ¡llora!
La pareja grita desesperada tras las rejas al enterarse.
El bebé ya a solas gira la cabecita a un lado y sonríe satisfecho.