Ana María se fue
- ¡Mamá! Ana María se fue - le repetía preocupada a mi madre mientras ella me aconsejaba que me fijara bien. Yo buscaba incansablemente, mientras mamá se perdía entre hilos, agujas y tijeras.
¿Por qué lo recuerdo si solamente tenia cuatro, cinco o quizá seis años? Es que fue un símbolo de una realidad que comprendí al ser adulta.
Los ochenta no fueron años de bienaventuranza económica, o por lo menos no lo fueron para mis padres, pero yo, que tenía como dije unos cuatro, cinco, no sé bien, quizá seis años, o más, o menos… creo estar segura de que aún no eran los noventa, pero solamente lo creo, era demasiado joven, y es un dato que no es tan relevante, o por lo menos eso pienso.
- ¿A dónde está Ana María? ¿A dónde se fue? - me preguntaba mientras buscaba en mi gran bolso azul repleto de muñecas. Todas tenían un nombre, y características únicas, yo sabía muy bien que Ana María no estaba, era un caso que debía resolver, y mamá no podía darme pistas, a demás estaba muy ocupada, cociendo y tejiendo, tejiendo y cociendo.
La mañana del veinticinco de diciembre de algún año mil novecientos, entre los ochenta y pico y los noventa y poco lo supe,
Ana María había sido secuestrada por Papá Noel, y me la devolvió, la dejó junto al arbolito, sana y salva, aunque ella no era mi regalo, ella volvía a mi acompañada de diferentes vestidos, pantalones, camisas, polleras, sombreros y hasta carteras.
- ¡Te dije mamá!, Ana María se había ido, y vos decías que la buscara, al fin volvió, Papá Noel se la llevó para probarle mis regalos, es que él no debe saber la talla de mis muñecas- le dije a mi vieja.
En su momento no lo noté, pero ahora recordándolo me doy cuenta que esa mañana de navidad fue seguramente la primera en dos, o talvez tres meses, en la que no vi telas, lanas, ni tijeras acompañar a mi madre.